18/May/2024
Editoriales

¿Vale la pena ser muy importante?

La vida es muy breve. Los humanos somos una especie cargada de virtudes y desde luego con algunos defectos, que siempre aspira a dejar huella de su paso por el mundo.

Desafortunadamente es común pensar que las personas exitosas son felices para siempre y, en muchos casos, que ellas mismas consideren su triunfante realidad como algo que les va a durar el resto de sus días, cuando en realidad todo es temporal, los éxitos y los fracasos.

En una revista norteamericana se publicó hace algún tiempo venía una relación de personajes que en el año de 1923 habían alcanzado la cima de sus carreras, e inmediatamente después del nombre venían descritas las condiciones en las que terminaron sus vidas.

En esa lista había personajes como el Presidente de la Empresa acerera más grande de Estados Unidos; el más grande ‘Broker’ o especulador de trigo de América; el Presidente de la más grande Compañía de Gas; el Presidente de la Bolsa de Comercio de Nueva York; El Presidente del Banco de Cooperacion Internacional; y el mayor ganador de Wall Street.  

Estamos hablando de los personajes exitosos de una nación exitosa que había terminado la Primera Guerra Mundial, pero que se aproximaba a la Gran Depresión de 1929.   

A casi un siglo de esa relación -noventa y nueve años- es ilustrativo saber cuál era su estatus económico y social de estos exitosos personajes y cómo acabaron. Veamos:

Charles Schwab, el empresario acerero mayor del país, murió en la extrema pobreza. Arthur Cooger, el mayor especulador de trigo en el país que más trigo produce, murió en el extranjero, sin un peso en la bolsa. Edward Hopson, presidente de la más grande compañía de gas, se volvió loco. 

Richard Whitney, presidente de la Bolsa de Comercio de Nueva York, fue liberado de la prisión para morir en su casa. El presidente del Banco de Cooperación Internacional, se suicidó. 

Y el gran Cosabee Livermore, el mayor ganador de Wall Street, igualmente se suicidó. 

Además de esa triste lista de hombres exitosos que acabaron fracasados, en ese mismo artículo venía el caso de Gene Sarazen, un jugador de Golf que en ese mismo año de 1923 ganó el Torneo Abierto de Estados Unidos.

Este deportista practicó el Golf hasta la edad de 92 años y murió en 1999, después de celebrar su cumpleaños número 95.

Este último dato venía en el mismo texto para que -me imagino- el lector entendiera que no todos los exitosos fracasarán, pero creo que deja en claro con ejemplos prácticos, que ni el éxito ni el fracaso son para siempre, así que debemos disfrutar de la vida hoy, pues, como dijimos en el consejo del día, cuánto dure nuestra vida y en qué condiciones la terminaremos, no siempre está en nuestras manos.