27/Apr/2024
Editoriales

¿Cuántas palabras he escrito y cuántos tequilas llevo?

Ayer relaté mis peripecias infantiles para medir el tiempo sin reloj. Ahora reflexionaré acerca de cuántas actividades cotidianas llevo la cuenta. Porque apenas despierto en la mañana, investigo la temperatura ambiente para determinar qué ropa debo vestir, y el domingo hago cuentas de cuál fue la temperatura que prevaleció durante la semana. La nutrióloga me tiene midiendo los alimentos que ingiero y lo que marca la báscula. Mi familia me pregunta que cuántas horas duermo. El urólogo me hace llevar la  cuenta de las veces que orino. En el trayecto a mi oficina me divierto contando los automóviles del mismo color para determinar cuál es el más popular. Para no chocar con una triste sorpresa, en cada cheque calculo el saldo. Cuando alguien me ataca, aprendí a contar hasta diez antes de responder la agresión. Durante mis inicios en el arte de picar teclas cada texto tenía que medirlo, pues el periódico era impreso en papel y los espacios eran restringidos, algo que afortunadamente ya no es importante ahora que es electrónico pues no hay esas restricciones. Lo mismo me sucedía de recién egresado de la Facultad, pues en las obras todo era medir longitudes, contenidos de los elementos del concreto, y los avances de obra. Esto todavía se requiere, pero ahora existen instrumentos digitales de medición y yo cada vez me asomo menos a las obras.

 

  Sin embargo, casi toda mi vida me la he pasado midiendo algo. Incluso recuerdo que hace mucho tiempo me dio por tratar de medir los sentimientos (Fulano me cae un 30% más mal que perengano, por ejemplo), aunque pronto entendí que era un despropósito, por no decir el adjetivo calificativo que merezco por ello. En fin, mi reflexión es que como casi toda mi vida la he pasado midiendo algo, ahora que iniciaré el décimo sexto lustro dejaré de hacerlo. Ya me cansé de medirlo todo, y lo haré sólo en las actividades realmente indispensables, como cuántos caballitos de tequila llevo antes de la comida, porque no puedo deambular a ciegas por la vida, es decir, sin hacer estas cuentas, corro el riesgo de perder el apetito.