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La plaga antonina, la pandemia que devastó el imperio romano

Durante la segunda mitad del siglo II d.C. el Imperio Romano se vio azotado por una terrible epidemia que causó la muerte de cinco millones de personas. La llamada Plaga Antonina terminó con el diez por ciento de la población romana: fue, sin duda, la peor crisis sanitaria de la historia de la Antigua Roma.

 

Según cuentan las fuentes antiguas, esta dolencia llegó de Persia traída por los legionarios que lucharon allí en el 155 d.C. Las ciudades de las provincias orientales fueron así las primeras en ser afectadas por la plaga, que a lo largo del 166 d.C. se prendió como el fuego y se extendió de este a oeste. Animales y personas morían a millares ante la impotencia de los médicos. Entre la población, empezó a calar el rumor de que esta peste era un castigo divino por la profanación de los templos sagrados durante la guerra.

 Los síntomas que presentaban los contagiados incluían vómitos, diarrea, fiebre y úlceras que cubrían todo el cuerpo, incluso la garganta y los pulmones. Algunos llegaban a perder la memoria en la fase terminal de la enfermedad, por lo que ni siquiera podían reconocer a los familiares y amigos que los atendían.

 Apoyados en crónicas de la dinastía china Han que describen una plaga con síntomas similares ocurrida allí cinco años antes que la romana, algunos estudiosos han propuesto que la enfermedad se podría haberse originado en China para luego viajar por la ruta de la seda hacia occidente.

 

LOS MUERTOS SE ACUMULAN

Sea como fuere, pronto la plaga llegó a Roma. La capital del imperio fue abandonada por muchos de sus ciudadanos para evitar el contacto con la gran masa de población y las insalubres condiciones de vida imperantes, lo que parecían ser dos de las grandes fuentes de contagio. Los dos emperadores del momento, Marco Aurelio y Lucio Vero, se retiraron asimismo al norte de Italia, pero allí tampoco pudieron escapar de los efectos de la enfermedad, que acabó con la vida de Vero.

La situación en la urbe era crítica, pues cada día perecían cerca de 2.000 personas. El emperador se vio obligado a tomar el control de los servicios funerarios por primera vez en la historia para paliar en la medida de lo posible la acumulación de cadáveres. Con dinero público se construyeron enormes piras para incineraciones en masa, al tiempo que los nobles más allegados al soberano recibían sepulturas monumentales pagadas por la casa imperial.

 Al margen del dramático caso de Roma, la epidemia golpeó de forma desigual a las provincias del Imperio. Turquía por ejemplo fue de las más afectadas, pues el número de tumbas se duplicó durante los años de la plaga. Por el contrario las provincias más occidentales como Hispania, al estar más alejadas del supuesto origen y de las rutas por donde circulaba la pandemia, sufrieron en menor grado sus consecuencias.

Un efecto colateral y no menos pernicioso de la pandemia fue la pérdida de mano de obra. Muchas minas, como las de las Médulas en Castilla y León, tuvieron que cerrar por la muerte de sus esclavos, cuyas malas condiciones de vida los convertían en víctima ideal de la epidemia.

 La crisis cayó sobre la economía del Imperio. Muchas empresas, sobre todo del ámbito de la construcción, tuvieron que cerrar por la falta de ingresos de sus clientes. En el campo, los arrendatarios fueron atados a sus tierras por contratos de más tiempo de duración, para evitar de este modo que dejaran de trabajar por haberse arruinado a causa de la caída de precios.

“La situación en la urbe era crítica, pues cada día perecían cerca de 2.000 personas”.

 

DE MAL EN PEOR

Por si fuera poco, esta terrible epidemia precedió a la peor invasión bárbara con la que el Imperio se había enfrentado en 250 años. Ya fuera impulsados por la debilidad causada por la plaga o empujados por las malas cosechas, miles de guerreros germánicos cruzaron el Danubio con sus familias y se lanzaron a la conquista de Roma.

 Para recomponer las filas de su maltrecho ejército, Marco Aurelio se vio obligado a sacar soldados de los lugares más insospechados. Como ya se había hecho en anteriores ocasiones, se vaciaron las cárceles, pero además también se reclutó a esclavos (a quienes se les prometió la libertad al finalizar el servicio), e incluso bandas de forajidos a cambio del perdón de sus crímenes. Los licenciamientos de veteranos se suspendieron, y se reclutó a los soldados que todavía estaban en formación de los tres próximos años para suplir las bajas dejadas por la plaga.

 Para equipar a tan ingente número de legionarios, Marco Aurelio tuvo que realizar algunos sacrificios personales. Estoicamente, subastó la mayoría de muebles y obras de arte del palacio, que fueron vendidos en el Mercado de Trajano para subvencionar la compra de armas y provisiones.

 

OPINIÓN PROFESIONAL

Con el objetivo poner bajo control la enfermedad, el emperador recurrió al más eminente médico de su tiempo, Claudio Galeno, quien se encontraba refugiado en su finca de la costa oeste de Turquía. Sin poder desobedecer un mandato imperial, el sanador se trasladó a Roma y estableció allí una consulta para el tratamiento e investigación de la epidemia.

 En su obra, Sobre los Métodos de Curación, Galeno describe detalladamente las fases de la enfermedad en sus pacientes. Tras un largo análisis de los efectos, llegó a la sorprendente conclusión de que las úlceras son un síntoma de la recuperación del paciente, pues a través de ellas el cuerpo expulsa la sangre infectada para reemplazarla por otra de sana.

 Así pues el tratamiento que prescribió fue más bien poco ortodoxo: había que dejar que el cuerpo mismo se purgase de la plaga sin intentar cerrar ni curar las llagas mediante la aplicación de ungüentos. En el momento en el que el paciente empezaba a recuperar es cuando se aplicaban los métodos de Galeno: vigilar que no se rascasen para impedir la cicatrización natural de las heridas, y se recomendaba la leche de Nápoles como una excelente ayuda para la recuperación.

 Con la claridad que aporta la perspectiva del tiempo, muchos historiadores han coincidido en que fue una epidemia de viruela. Sin embargo, considerando el avance de la medicina en el siglo II d.C., el diagnóstico final de Galeno fue más bien pesimista. Concluyó que solo aquellos que gozaban de una buena constitución antes de contagiarse podían tener esperanzas de recuperación, al resto solo se les podía aliviar el sufrimiento antes de su inevitable muerte. Galeno se tomó asimismo la molestia de diferenciar la epidemia de su tiempo de la famosa plaga de Atenas del Siglo V a.C., la cual fue más mortífera y dejó a los supervivientes secuelas como picaduras en la piel y pérdida de dedos.

 “Con la claridad que aporta la perspectiva del tiempo, muchos historiadores han coincidido en que fue una epidemia de viruela”.

 

UN TRÁGICO BALANCE

La epidemia se alargó durante 15 años en los que murieron un total de cinco millones de personas e incontables animales.El sector más afectado de la población fueron los esclavos, lo que repercutió en aquellos sectores de la economía que más dependían de ellos, como la minería. Para hacernos una idea de la gravedad de su situación tenemos el ejemplo de Galeno, que perdió a todos sus esclavos domésticos pese a que hizo todo lo que pudo por curarlos.

 No solo murieron los pobres, sino que la pestilencia afectó a todos por igual. Según algunos investigadores, el emperador Marco Aurelio fue una de sus últimas víctimas, ya que falleció en el último año de la plaga, el 17 de marzo del 180 d.C. Con su muerte se iniciaba un largo período de decadencia que condujo al fin del Imperio Romano, como bien dijo el historiador Dión Casio, se pasó de una época de oro a otra de hierro y óxido.