09/May/2024
Editoriales

El parabrisas lleno de palomillas muertas

El viernes pasado fui al Municipio de Juárez para asistir al informe del alcalde Treviño. El viaje es muy breve, pero regresé de noche y, al mover mi automóvil al día siguiente, vi que el parabrisas, la facia delantera hasta el capacete, estaban llenos de palomillas muertas estrelladas durante el trayecto en la autopista.

Esto resulta incómodo porque disminuye la visibilidad al conductor, pero en este caso me dio mucho gusto, porque hace poco tiempo los parabrisas salían incólumes de los trayectos en las carreteras.

No había insectos y eso era un peligro porque sobrevendría muy pronto un desequilibrio entre la fauna, pues la cadena alimenticia empieza por ellos. 

Ciertamente en las civilizaciones antiguas los insectos eran objetos de cultos y las mariposas -no sus primas, las palomillas- eran consideradas como representación de las almas de los muertos.

En Tahití son ‘mensajeras de los dioses’, y entre los mazahuas del altiplano se les considera mediadores entre el mundo terrenal y el milagroso.

Ayer comenzaron a verse las caravanas de mariposas monarca atravesando los bosques neoloneses, y en nuestra civilización eso se considera un signo de buen presagio. 

En este caso de las palomillas del camino, lo tomo como el resucitamiento del sistema ecológico propiciado por las lluvias que nos han favorecido en los últimos días.

Lo dicho: el agua es vida.