12/May/2024
Editoriales

Lamerse las heridas, por orgullo

Los niños son orgullosos, un defecto-virtud que a esa edad se considera divino, lo malo es que se conserve luego de crecer.

Yo tenía unos siete años y una vez me acerqué a un llano que colindaba con la farmacia de mi padre, en donde algunos compañeritos de la escuela peloteaban al béisbol.

Al acercarme, el bateador pegó de foul y la bola, sin control, hizo una impredecible curva que no terminó sino hasta que se estrelló en mi estómago, provocando la risa de los demás chicos.

Mientras ellos reían, yo sufría los efectos del golpe más grande que había recibido; me sacó el aire y me invadió un dolor muy fuerte, pero más me dolía las burlas de mis amigos.

Instintivamente sonreí -era un mueca de dolor que el orgullo trataba de despistar-, y retrocedí hasta la esquina de la barda y, cuando nadie me veía, me doblé llorando.

Estuve varios minutos ‘lamiéndome las heridas’ hasta que recuperé el aliento y el dolor disminuyó, por lo que, como si nada hubiera sucedido, regresé al campito de béisbol a pedir que me incluyeran después del siguiente ‘out’.  

El término ‘Lamerse las heridas’ significa recuperarse después de una derrota, y los humanos lo hacemos simbólicamente para recuperar la confianza en nosotros mismos, cuando recibimos un ‘pelotazo’ duro.

Pero también los animales -todos- se lamen las heridas por el mismo motivo que nosotros, pero ellos lo hacen literalmente.

Hace poco tiempo trascendió su sentido biológico, pues la saliva contiene un componente llamado óxido nítrico, un potente bactericida.

Los cuerpos animales tienen una sabiduría natural que no se ha estudiado lo suficiente, pues nacen sabiendo cosas que necesitan sin necesidad de razonarlas. Tal es el caso de la ausencia de orgullo, y la saliva para curar heridas.