La máquina conocida como Detector de Mentiras, comenzó siendo una de ellas. Esto sucedió a principios de la década de los años veinte, en una pequeña ciudad del Medio Oeste norteamericano. Allí un policía ideó un método para engañar a los interrogados con un simple cajón que tenía una bombilla verde y otra roja, que se prendían con un botón oculto bajo la mesa. Si el policía pensaba que el interrogado estaba mintiendo, oprimía el botón del foco rojo, y muchos sospechosos se iban con la finta pensando que estaban ante una máquina milagrosa y se sentían forzados a confesar.
Más tarde, un inspector de Chicago copió la idea con un aparato más complejo, pues era un cardiógrafo que medía pulsaciones y presión sanguínea, un pneunógrafo que medía el ritmo respiratorio y un galvanómetro para medir la resistencia de la piel. Cada aparato dibujaba en papel una línea que daba los datos, de donde viene el nombre de polígrafo. Cierto que tiene algún grado de confiabilidad pero muchos psicólogos discuten que una persona entrenada o sin temor a mentir puede aprobar mientras que una persona asustada puede hacer pasar por falsas respuestas que son verdaderas.