08/May/2024
Editoriales

La guerra psicológica

Cuando estamos en medio de una pelea abierta, normalmente nos crecemos al castigo y nuestro sentido de sobrevivencia nos lleva a mejorar tanto en la defensa como en el ataque.

Sin embargo, en las estrategias del arte de la guerra, un elemento de sorpresa transmite un mensaje que muchas veces impacta al enemigo igual o más fuerte que los ataques directos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, sorpresivamente Hitler ordenó una invasión a la URSS, sorprendiendo a los soviéticos quienes no pudieron responder adecuadamente, por lo que utilizaron estrategias poco comunes para sorprender también al ejército alemán. 

Los soviéticos permitieron a sus invasores que sin resistencia se internaran en su frío territorio hasta que la nieve no les permitió avanzar y estuvieron buen tiempo defendiéndose del clima más que de ellos.

Aprovechando que estaban atrapados en la nieve, los rusos entrenaron a una jauría de perros para obtener comida si corrían debajo de un vehículo acorazado, y les colocaban explosivos en el lomo.

Ya como perros - bomba los soltaban cerca de los blindados alemanes, por lo que 

los entrenados perros se lanzaban a buscar comida y les ponían un palo vertical atado al explosivo, de tal forma que, al chocar con los bajos del vehículo, éste explotaba.

Claro que sólo funcionó como arma mortal poco tiempo, pues los alemanes los estaban cazando y acribillaban a los perros antes de que llegaran.

Pero los soviéticos seguían enviándoles perros que los ponían nerviosos, minándoles la moral.

Otro truco era colocar de noche frente a las posiciones alemanas un espantapájaros caricaturizando a Hitler, con su original bigote.

Y por la mañana, con megáfonos invitaban a los soldados alemanes a disparar a los espantapájaros, sabiendo que había desencanto con su Führer por el error cometido al ordenar la invasión en esa estación invernal.

Los alemanes no podían permitir esa afrenta así que enviaban a varios soldados a retirar el ignominioso muñeco. 

Cuando conseguían evadir las balas contrarias, se enfrentaban a la última broma: en el interior del muñeco había varias granadas que explotaban al moverlo.

En la larga batalla de Leningrado, los soviéticos instalaron altavoces potentes y emitían música de tangos, pues sus psicólogos les dijeron que la melancolía les recordaría su hogar y a su familia y que no tenía sentido pelear tan lejos de casa.

Al principio lo tomaron con buen humor y hasta bailaban algunos, pero pasados los primeros momentos de sorpresa, la moral de los soldados alemanes acusó el efecto de la tristeza.

Todo suma en una guerra, así que cuando recibamos estímulos para desalentarnos, debemos reaccionar positivamente, pues con la moral baja, la victoria es casi imposible, y siempre debemos buscarla, aún a costas de fingir desdén de las tretas enemigas para desanimarnos.