06/May/2024
Editoriales

Toma chocolate

En el desayuno dominical mi madre siempre incluía una tasa grande de chocolate caliente; cosa más rica.

Desde las cinco de la mañana se levantaba la santa y adorable mujer a menear cazuelas y a amasar harina que extendía sobre el acero caliente transformándola en inigualables tortillas que se inflaban como globos cuya función era perfeccionar el delicioso plato de chorizo con huevo y frijoles refritos con manteca de cerdo.

Yo era niño y me gustaba observar -jamás permitió ayuda en la preparación de alimentos- su magistral actuación en el arte de cocinar.

La parte que más me gustaba era cuando sacaba un molinillo de madera que giraba con inigualable gracia moviéndolo con las palmas de las manos como frotándolas, para homogenizar el chocolate depositado en una jarra panzona de cuello delgado llena de leche caliente, dándole un aspecto aterciopelado y espumoso.   

Desayunábamos juntos los cuatro hijos: Lety, Leonel, Lila y yo, con nuestros padres.

Al final nadie quería levantarse de la mesa esperando a que se repartiera el chocolate que había quedado en la jarra. 

Dichosos tiempos aquellos; nunca debieron acabarse, pero así es la vida; todo cambia.

El nido familiar se disuelve y cada uno de sus integrantes construye el propio, en cuyo seno se fraguan las almas grandes o los grandes traumas que llevan consigo todos. 

Lo que se aprende en esa etapa de la vida es inolvidable, quedan tatuados en la mente los principios morales y costumbres que se vuelven inveteradas, transmitiéndose de generación en generación.

A mí me enseñaron los principios de lealtad, honestidad, trabajo, competitividad, amor a la patria… y el gusto por el chocolate.

Ah, porque este alimento tiene hasta propiedades financieras; así lo dice la rítmica melodía El bodeguero: Toma chocolate, paga lo que debes… toma cho-co-late!