06/May/2024
Editoriales

Se buscan arqueólogos

Los arqueólogos tienen mucho trabajo por hacer en Nuevo León. Los restos antigüos -pinturas rupestres y petroglifos elaborados por los aborígenes o naturales que vivieron en estas tierras-, requieren interpretación.

 Y los hay en Boca de Potrerillos, de Mina; en Piedras Pintas, de Parás; en la Presa de La Mula -en la frontera de Nuevo León y Coahuila-; el Cañón de Icamole, de García; la cueva en el sitio de la Calzada de Rayones, y en muchos otros lugares que no han podido descifrarse aún.

 Ciertamente las tribus que habitaron esta región eran nómadas y sedentarias que se dedicaban a la caza y a la recolecta de frutos y semillas, en actividades temporales, es decir, que permanecían en un sitio hasta que se terminaba la producción natural, y al término se movían a donde hubiera otros frutos y más animales.

 Desde luego que no sabían hacer agricultura ni construyeron nada, pero sus huellas están en lo que pintaron y los mensajes que, desde luego, son indicativos de sus observaciones astrológicas y sobre todo de los ciclos lunares. 

 Sin embargo, en varios libros especializados de antropología antigua, cuando hablan de la diversidad cultural y lingüística de la región del norte de México, sus autores brincan a Nuevo León.

 Son pocos los que mencionan que en Boca de Potrerillos hay una cabeza antropomorfa con un penacho de asta de venado, lo que da idea de que sí había una cultura interesante.

 Lo dicho, los arqueólogos tienen el reto de descifrar los mensajes que nos dejaron los seres humanos que vivieron en estos lares nuestros.

Tal vez descubramos algunos secretos de esta singular parte de aridoamérica.