06/May/2024
Editoriales

El carácter no lo es todo… pero casi

El doctor Mateo A. Sáenz Garza fue un médico inteligente, preparado, honesto y de carácter fuerte. 

Sus convicciones eran prioritarias; todo lo demás estaba en un segundo plano. 

Su paso por las aulas del Colegio Civil en los años treinta y cuarenta del siglo pasado dejó huella, pues sus clases de Historia de México, tanto en la Preparatoria Número 1 que era turno diurno, como en la Preparatoria Número 3 de horario nocturno, eran imperdibles, pues sus afortunados alumnos aprendían aspectos desemejantes y poco propalados.

El médico Mateo A. Sáenz no amasó fortuna porque nunca vio a su carrera como oportunidad más que para ayudar a quienes lo necesitaban.

De tal manera que casi siempre andaba con apuros económicos, y en uno de esos requería un préstamo de dos mil pesos del Seguro Social, y para esas cantidades ya era necesario que fuese autorizado por el mero jefe de la Caja Regional del IMSS.

En aquel tiempo los hermanos Alfonso y Lucio Lazcano -que tenían rutas de autobuses urbanos-, y el primero de ellos era el jefe de la Caja Regional del IMSS, por lo cual Mateo, sin conocerlo fue a hablar con él.

_Vengo a pedirle que me haga el favor de ordenar que se me conceda un préstamo de dos mil pesos, señor Lazcano.

El jefe de la Caja Regional de inmediato solicitó el expediente de Sáenz y en cuestión de minutos le dijo que ya había agotado todos los préstamos a los que tenía derecho.

_Sé que no tengo derecho, por eso vengo a suplicarle que me haga el favor… si tuviera derecho, no le pedía el favor sino que se lo exigía.

_¿Qué me diría usted si le dijera que no puedo hacerle ese favor? Respondió Lazcano

_ “Que no esperaba más de usted”, dijo en voz alta Mateo A. Sáenz.

_Mire doctor, me habían dicho que usted es valiente, pero no lo conocía, ¡que se lo den! ¡que se lo den! Y con mucho gusto… concluyó risueño el funcionario.

Mateo A. Sáenz se uso de pie y le saludó diciéndole: Muchas gracias por el favor, señor Lazcano… ¡por el favor!

Ambos apreciaron sus respectivas posturas y comenzaron una buena relación amistosa.

Lo interesante de esta anécdota narrada por el propio Sáenz, es que ser dueño de un carácter fuerte, normalmente genera problemas, pero también simpatías, pues la gente lo admira. 

Si eso le hubiera sucedido a uno de carácter débil, solo se despediría humildemente; al de un carácter irascible, posiblemente le echaría pleito al funcionario. 

Pero al de un carácter fuerte, que habla con temple, normalmente se le escucha. 

Hay mucho qué aprenderle a esa gente.