05/May/2024
Editoriales

Retomemos la educación familiar

Los feminicidios en Nuevo León ya son tema nacional; casi como lo sucedido en Ciudad Juárez, Chihuahua, que empezó con algunos crímenes en 1993 y para 2012, unas 700 mujeres muertas -jovencitas de entre 15 y 25 años de edad-, inauguraron una nueva imagen internacional de México: un país en el que todos los días hay un baño de sangre. En la década siguiente las estadísticas señalan al nuestro como el país más violento -o uno de los tres más violentos- del mundo. Ciertamente un cambio importante en nuestra sociedad es la reivindicación de la mujer en los campos laboral, intelectual y político.

  Pero de nada sirve que les demos un lugar igualitario -paritario-, si sus vidas corren peligro.          

 En Nuevo León el feminicidio se castiga con mayor dureza que un homicidio común, es decir, que quien asesine a una mujer será acreedor a sentencias condenatorias muy superiores.

   Pero elevar las penas no detiene la criminalidad contra las mujeres. La naturaleza del criminal lo arrastra y no piensa que si es atrapado recibirá un castigo ejemplar, porque simplemente su mente no está educada para razonar, sus instintos animales lo dominan.

  Se debe encontrar y castigar a los feminicidas, sí, pero al mismo tiempo se debe iniciar un cambio en la educación familiar de los niños y niñas.  La educación real es el conjunto de hábitos que se adquiere en la infancia, edad en la que se aprende lo básico que acompañará a esos niños el resto de sus vidas; la instrucción que después se aprende en las aulas es la parte menor del proceso educativo.  A los niños se les debe inculcar el respeto a todas las personas, especialmente a las mujeres.

 Porque es común que el egoísmo tienda a dominar a un niño, y también que reaccione con violencia cuando no obtiene lo que busca. 

  Hay quienes aseguran que la verdadera educación del individuo comienza varias generaciones atrás, dando a entender que la naturaleza de las personas es herencia o karma.

 No estoy de acuerdo en que los descendientes de delincuentes traigan esa misma inercia, como tampoco la traen los descendientes de los sabios.

 Cada individuo goza del albedrío yuxtapuesto a su conciencia desde sus primeros días, y por eso es importantísima la primera educación que reciba para determinar sus acciones.

 Y eso vale también para las niñas, que deben ser educadas, con más razón en estos tiempos en que la juventud disfruta de grandes libertades que conllevan peligros. 

 No entiendo por qué las libertades a las jovencitas implique andar en la calle deambulando en las madrugadas, y algunas intoxicadas con alcohol o peor aún, con drogas estimulantes.   Los padres o tutores deben exigir a las autoridades más seguridad pública, pero ellos también deben hacer su función de educadores. 

 Ciertamente los hijos se convierten para los padres, según la educación que reciben, en una recompensa o en un castigo, pero al margen de su condición anímica, de ninguna forma pueden los padres renunciar a su obligación de educarlos.