Cuando nos desconcentramos de lo que estamos haciendo -o diciendo- por pensar en otras cosas, podemos dar la impresión de querer suicidarnos.
Alguna vez, siendo un chamaco fui a un velorio y, cuando vi al hijo del difunto -que era mi compañero en la escuela- llorando desconsoladamente junto al cuerpo de su padre, me desconcentré y le dije sin pensarlo: muchos días de estos.
Mi amigo ni me escuchó porque estaba peor de desconcentrado, pero inmediatamente entendí el tamaño de mi yerro y me mortifiqué esperando su reacción que, afortunadamente, nunca llegó.
Esta supuesta conversación que transcribo tiene esa característica, pues se trata de un tipo que se cuela al convivio de una boda, y por si fuera poca cosa su frágil permanencia en el festejo, desconcentrado piensa en voz alta:
_Qué barbaridad, la novia está horrible, dijo
_¡Oiga! ¿qué le pasa? ¡le prohíbo que se exprese así de mi hija! Y menos en el banquete de su boda.
_Ups, disculpe usted, no pensé que usted fuera el padre
_Otro error amigo, ¡soy la madre!
¡Y se me larga de esta fiesta que es privada!