07/May/2024
Editoriales

¿Qué crees que pasó?

Junio 28 de 1834: El Cabildo metropolitano de México instruye a los sacerdotes que, al celebrar la eucaristía, rueguen por la salud, vida y acierto del presidente Antonio López de Santa Anna, como restaurador de las libertades de la Iglesia Católica. El 13 de junio anterior, una muchedumbre había proclamado a Santa Anna como defensor de los intereses públicos mientras éste anunciaba la adhesión al plan de Cuernavaca. El 17 de junio, había destituido el presidente a los consejeros de Gómez Farías: José María Luis Mora, José María Espinosa de los Monteros, Bernardo Couto, Manuel Crecencio Rejón, y Juan Rodríguez Puebla.

Y como se esperaba, el 23 de junio se suspendieron varias leyes de reforma, lo que llenó de júbilo al Clero. Ya era costumbre que entre Santa Anna y Valentín Gómez Farías había una especie de péndulo político pues cuando uno de ellos llegaba a gobernar, desaparecía todo lo hecho por su antecesor. Gómez Farías fue impulsor de las leyes de reforma que consolidaría después Benito Juárez. Y Santa Anna, en su naturaleza saltimbanqui, cuando regresaba al poder, podía estar en cualquiera de los extremos, liberal o conservador, centralista o federalista.

Cuando sustituía a Gómez Farías era un conservador a ultranza, protegiendo al clero hasta que en 1836 promulgó la Constitución de las Siete Leyes, transformando al país en uno centralista que concentraba todo el poder en su persona. Antonio López de Santa Anna es un fenómeno político y militar que se explica sólo estudiando la idiosincrasia del pueblo mexicano. A pesar del daño causado a la nación, fue presidente ¡once veces! En un recurrente proceso de que lo elegían presidente de la república, e inmediatamente se iba a su rancho “Manga de Clavo” en Veracruz, se nombraba un presidente interino, y al poco tiempo iba la gente a pedirle que hiciera el favor de regresar a gobernar. La combinación de un líder mesiánico y un pueblo masoquista hacen de López de Santa Anna un caso excepcional.