06/May/2024
Editoriales

Modestia

Conozco a un amigo que es inteligente, preparado y de buen carácter, pero tiene un problema que al parecer no puede controlar: su soberbia. En la primera oportunidad aparece su voraz apetito de contemplación pública de sus propias prendas, desdeñando a sus iguales. Si su comportamiento fuera menos rimbombante le iría mejor en la vida, pero todos somos como somos y generalmente nos resulta difícil cambiar.

 A los únicos que se les perdona esos desplantes, o al menos hacemos como que se los perdonamos, es a los genios.

 Tal era el caso del genial pintor español Salvador Dalí quien en cierta ocasión asistió a una cena privada en Madrid.

 El anfitrión de la cena tenía la odiosa costumbre de sentar a las parejas entreveradas, para que, según él, hubiera más posibilidades de que nacieran nuevas amistades entre sus invitados. 

 Así las cosas, al pintor de Figueras en vez de Gala su esposa, le sentaron en la silla de al lado una señora de la alta sociedad madrileña que se declaraba admiradora de la obra de Dalí.

 Resultó que esa santa mujer era muy curiosa y quiso aprovechar esa oportunidad para aprender del genio, por lo que inició la velada preguntándole cosas irrelevantes, pero eso sí, todas relacionadas con los hombres geniales y sus privilegiados cerebros.

 Para abrir boca, después de los primeros escarceos le dijo:

 _Don Salvador ¿qué me recomienda usted para saber si la persona que una tiene cerca es de cerebro privilegiado? 

 Dalí se negaba a contestarle porque sabía de lo abusivas que son esas personas, pues al principio son boberías, hasta que terminan exponiendo toda una tesis de su autoría.

 _Bueno, señora, eso no es tan difícil como parece. Si ese alguien ha nacido en Figueras y se llama Dalí… ahí lo tiene, ¡seguro que es un genio!

 

 Luego de su tajante respuesta, el artista pudo degustar tranquilamente y en silencio su cena, pues la mujer quedó patidifusa.