07/May/2024
Editoriales

La vocación del estudioso

Se ha dicho que cuando se encuentra la verdadera vocación se empieza a ser feliz. Quienes lo consiguen, normalmente aportan nuevos esquemas o descubrimientos importantes para avanzar en el conocimiento, y eso les hace muy felices. 

Tal fue el caso de Francis Bacon (1561-1626), un sabio inglés cuya vocación era el estudio, y estudió filosofía, estadísticas, y las escrituras. 

Como científico estudiaba las extrañas propiedades del frío que, entre otros efectos, prevenía la putrefacción de alimentos. 

Un día, Bacon andaba en los alrededores de Londres, y al llegar a Highgate, en Hamped Heath, le sorprendió una fuerte nevada. 

Como estudiaba las propiedades del frío, se alegró porque ese clima le daría la oportunidad de avanzar en su idea de inventar la forma de conservar los alimentos.

Compró un par de pollos en una granja, los mató y rellenó de nieve. Pudo constatar y así lo consigna en su estudio, que la carne de los pollos se había conservado sin podrirse.

Sin embargo, por seguir estudiando el tema que lo ocupaba, ante la tormenta de nieve se descuidó en su vestimenta y enfermó de neumonía, enfermedad que le arrebató la vida el 9 de abril de 1626. Según algunas crónicas, en su lecho de muerte, Francis Bacon estaba feliz porque sus estudios le habían llevado a un descubrimiento que, hasta la fecha, da un estupendo servicio a la humanidad. Seguramente estudió minuciosamente también el proceso de la muerte, pues un estudioso siempre aprende de las situaciones difíciles.