La cultura clásica nunca fue elitista sino todo lo contrario: Fue un fenómeno de masas pero no como hoy, donde donde la llamada “cultura popular” es la cultura chatarra que imponen a la población los grandes intereses financieros que dominan el mundo del cine, la cultura y los grandes espectáculos, para desmovilizar y estupidizar a las mayorías. En el montaje de las tragedias griegas del siglo V AC, por ejemplo, participaban los ricos, los pobres, las mujeres y hasta los esclavos.
En el escenario se debatían los grandes problemas políticos, filosóficos, militares etc. y, sobre todo, las vicisitudes de las “guerras de liberación” de las ciudades del yugo del imperio Persa, todo de una forma divertida y apasionante.
Lo mismo se puede decir de la formación de los corrales y las compañías de teatro en España en el siglo XVI cuando Miguel de Cervantes escribe sus dramas como “La Numancia” y sus Entremeses, hasta ser “superado” por un autor más comercial como fue Lope de Vega quien, debido a la enorme demanda de la población para las obras de teatro, producía hasta una a la semana si fuera necesario aunque con menor profundidad y belleza.
El fenómeno de El Globo, el teatro donde William Shakespeare montó la mayoría de sus dramas y tragedias entre 1599 y hasta su desaparición en 1642.
En ese teatro, en forma de coliseo romano, cabían hasta 3 mil personas y podía acudir el rey -- como lo hizo Jacobo I días antes del incendio de 1613 --, pero también el pueblo, que en el “pit”, la parte baja del teatro, podía presenciar la función comiendo nueces en grandes cantidades y se presume que también cerveza. Shakespeare y utilizó la historia de Inglaterra del periodo normando ---los 1100 a los 1300 --, para presentar ante el pueblo sin acceso a la educación y ante la propia elite, los grandes problemas del estadismo y la política, la ciencia, la historia, la filosofía etc. Ahí están su Hamlet; su Ricardo III, su Rey Lear y muchos más. Pues como explican Federico Schiller o el poeta P.B. Shelley, el teatro y la poesía sirven para “trasmitir, conceptos profundos, a cerca del hombre, la sociedad y el universo”.
El auditorio puede presenciar, a través de los actores, estas situaciones que en su vida común nunca podría y puede juzgar y comprenderlas. La opera, que es un género más completo que el teatro, sirvió a esa propósito con Verdi, Beethoven (solo escribió una ópera Fidelio, el primer manifiesto feminista de la historia!!) , Mozart y otros.
Mozart hizo de su Don Giovani, la denuncia más severa del agente veneciano Casanova, que se dedicaba a pervertir a las monarquías y la nobleza de Europa, con las ideas dionisiacas del placer, las drogas, la avaricia y el individualismo. El teatro clásico se distingue porque mediante el método del DIALOGO SOCRATICO, demuestra tal o cual idea o principio científico, sin enunciarlo de manera literal, porque con el uso de la MATAFORA, evoca en la mente del auditorio esas ideas y su comprensión como un acto de descubrimiento, de tal forma que el que asiste a un teatro o una ópera, sale mejor ser humano que cuando entró. En estos tiempos, donde nuestra propia existencia es una tragedia, el teatro clásico es una buena herramienta para la re moralización de las mayorías populares que hoy viven bajo la angustia y el temor.