Por sentir algunas molestias fui hace unas tres semanas a consultar con una doctora muy bien recomendada que me hizo unos exámenes y luego de recetarme ciertos medicamentos, me puso a dieta.
Ya no debo consumir refrescos embotellados, gluten, lácteos ni azúcares refinados. Los refrescos y el azúcar no representan problema; el gluten sí porque el pan y las pastas son alimentos a los que estoy acostumbrado, pero consumo sustitutos. Sin embargo, los lácteos son indispensables pues amo los quesos.
La doctora me aclaró que se refería a lácteos de vaca, no de oveja o cabra. Y esa ha sido mi salvación, pues siempre me han gustado los quesos fuertes, como el roquefort que es el más famoso de los quesos “mohosos”, conocido como roi des fromages -el rey de los quesos-, porque era el favorito de los reyes y los papas de la antiguedad.
Es leche de oveja o de cabra preparada así: Una vez cuajada la leche, se coloca en capas, intercaladas con pan mohoso lo que forma sus deliciosas vetas azules. Se sala y se prensa, dejándolo madurar en las cuevas naturales de Roquefort (localidad francesa), que tienen temperatura constante y alta humedad pues su vecino es un lago subterráneo. En los supermercados locales encontramos quesos que no se preparan allá y son sabrosos, pero estrictamente hablando no deben ser llamados roquefort.
También estoy consumiendo queso fresco de cabra o queso panela de cabra, que se prepara desde hace miles de años y su sabor es delicioso, este par de quesos son de los llamados quesos fuertes.
Los otros quesos fuertes como el stilton, que se hace en Derbyshire, o en Nottinghamshire, UK. El parmesano que se elabora en Parma, Módena, de sabor fuerte y acompaña a las pastas son deliciosos, pero se elaboran con leche de vaca…
Si usted se pregunta por qué prefiero los quesos fuertes, la respuesta es porque son sabrosos y dejan su sabor por buen tiempo después de haberlos consumido.
Aunque nuestras deliciosas enchiladas las preparan con quesos de vaca. Snif.