12/May/2024
Editoriales

ARTE Y FIGURA 24 08 23

Continuamos con Libro “Antonio Bienvenida, El Arte del Toreo”, por José Luis Rodríguez Peral

Antonio Lomelín

 

Debutó en la placita La Aurora en 1964, que por esos años funcionó al noreste de la capital, cuando empezaba a formarse el inmenso suburbio conocido como Ciudad Nezahualcóyotl, en honor del poeta soberano de Texcoco, que tuvo sus dominios a la orilla del inmenso lago donde ahora habitan millones de personas.

 Nacido en Acapulco solo 18 años antes, era un novillero sobrado de valor que intentaba todas las suertes con capa, banderillas y muleta. Llega a la México al año siguiente, para empezar una andadura taurina basada siempre en la emoción que le imprimía a su toreo.

 Además del valor, demostraba algo más: una estupenda figura de toreo y una personalidad que lo identificaba con los aficionados taurinos. A fines de 1967 Capetillo le da la alternativa en Irapuato y a principios del año siguiente Joselito Huerta se la confirma en la México. En 1969 va a España y en 1970 el maestro de Zamora, Andrés Vázquez con “Tinín” de testigo, lo proclama nuevamente matador de toros en Madrid.

 Al de la ceremonia le corta una oreja y al sexto las dos, para pasar a la historia como otro de los toreros mexicano que han logrado abrir la puerta grande en la capital de España. Pero si aquellos dos toros de Alonso Moreno le permitieron lucir su arte emocionante y cargado de riesgo, hubo muchos toros que lo alcanzaron para aherirlo tan dolorosamente como pocos toreros podrían contarlo.

 Las plazas de Tijuana, México y Nimes fueron el escenario de aterradores accidentes taurinos, de los cuales Antonio se repuso para seguir yéndose derechos sobre el morrillo de los toros con un estilo de matador que actualmente tal vez no practique nadie más.

 Si hay algún torero que merezca alcanzar el bienestar y la paz de conciencia fundados en su arrojo con los toros es él.

 

Humberto Peraza

 

Abandonó Yucatán siendo un adolescente para venir al centro del país e intentar convertir en realidad el sueño de hacerse torero. No obstante, siempre tuvo la inquietud de inmovilizar las formas cambiantes de la naturaleza para crear un mundo propio a través de la escultura.

 Resultó natural que la sola forma de unir sus dos pasiones fuera practicando la escultura taurina. Empezó por pequeños trabajos, pero su gran talento de autodidacta lo llevó paulatinamente a mayores empresas. Olvidando el toreo como profesión, pero llevándolo en el fondo del alma, como sucede sin excepción con todos aquellos que lo han intentado, pudo materializar los pases que las grandes figuras daban a los toros, y que él soñó alguna vez en dar también.

 Pero si el toreo es fugaz, la escultura, en cambio, queda plasmada para el futuro. Además, puede admirarse desde todos los ángulos, y no solo de aquel tan reducido que proporciona una localidad en el tendido durante una corrida.

 De este modo fue creando una obra que al paso del tiempo empezó a superar a su propio creador, en el sentido de no ser ya solo taurina, sino tan variada como su propia evolución exigía. Otras figuras monumentales surgieron de sus manos, después de aquella del par de Pamplona.

 

  Continuará… Olé y hasta la próxima.