11/May/2024
Editoriales

La amistad vale la pena

Qué desagradable es la traición, pecado mayor de un amigo desleal. 

Desde luego que hay grados; un amigo decepciona si trata diferente a su compañero inseparable sólo porque subió un peldaño en la escala social, o económica o política. 

Y si ni siquiera intenta ayudar cuando lo necesita su camarada, no sólo decepciona, sino que provoca tristeza y coraje.  

Afortunadamente existen muchos ejemplos de lo maravilloso que es una buena amistad, y uno de ellos es el doctor inglés David Livingstone, quien dedicó gran parte de su vida a luchar en contra de la esclavitud en África, por lo que cosechó buenas amistades entre quienes padecían esa grave afrenta al ser humano.

Pero Livingstone contrajo disentería y en el lugar donde se encontraba no había los medicamentos que se requieren ante esa enfermedad y murió el 1 de mayo de 1873. 

Esa misma noche los africanos que le amaban decidieron quedarse con el corazón, y trasladar sus restos a Londres, su lugar de origen.

 Así que su más leal ayudante y amigo africano, Jacob, fue el encargado de extraer su corazón, guardarlo en una caja de hierro y enterrarlo a la sombra de un gran árbol en pleno corazón de Zambia. 

Jacob también preparó el cuerpo del doctor Livingstone para poder trasladarlo hasta Inglaterra. Apenas terminó el tratamiento inició el recorrido con el cuerpo de su amigo por más de mil 600 kilómetros en tierras africanas en hombros de sus amigos. Tardaron casi once meses en el traslado, enfrentándose a amenazas, ataques y cualquier cantidad de peligros en tan difícil trayecto, hasta que llevaron el cuerpo de quien les demostró amistad verdadera a la costa del Índico, a una aldea donde mil esclavos liberados por él vitorearon -como si estuviese vivo- al explorador amigo. 

A casi un año de su muerte, el cuerpo de David Livingstone llegó y fue enterrado en la abadía de Westminster, en Londres. El epitafio en su tumba dice sencillamente: “Traído por manos fieles, por tierra y por mar, aquí descansa David Livingstone”.

Jacob, su leal amigo africano, nunca se separó del cadáver durante todo el viaje, y no quiso despedirse de él, hasta su entierro londinense. 

Al final, dejó caer en la fosa la rama de una palmera africana. 

Se regresaron contentos los custodios africanos a su país, no sin antes brindarle un gran aplauso que conmovió a los pocos asistentes ingleses que atestiguaron lo que vale hacer amigos en la vida. 

Estos ejemplos del valor de la amistad son los que convencen.