25/Oct/2024
Editoriales

Sufrimientos nocturnos

Antenoche apareció en la pantalla de mi computadora un mensaje explicando que había una actualización pendiente y era importante que se autorizara. 

 Yo estaba escribiendo y sin razonarlo automáticamente lo acepté, e inmediatamente se cerró la pantalla, comenzando un lento proceso de actualización.

 Luego de unos 35 minutos se encendió la pantalla, pero con la indicación de que escribiera mi contraseña de Icloud, lo que inmediatamente hice en el espacio señalado.

 Sin embargo, apenas estaba terminando de escribirla cuando las letras se pusieron de color rojo y apareció un rótulo diciendo que la clave estaba equivocada.

 Pensé que había errado al escribirla por lo que repetí el procedimiento varias veces hasta que se bloqueó el sistema. 

 No acepté cambiar de contraseña porque podría perder mi conexión del celular, tal como me sucedió hace un par de años. 

  Pasaba de la media noche y no había escrito nada, por lo que lancé un SOS a mi hijo Robert. Respondió como siempre, y pronto llegó a casa acompañado de mi nieta Marifer y entrambos resolvieron mi problema. 

 Se fueron y me quedé solo a merced del nuevo programa Office de Microsoft que de inmediato exigió claves identitarias que nunca he podido utilizar.  Me molesté conmigo porque no entiendo muchas cosas y estuve a punto de aventar todo a la basura, hasta que no sé qué hice que de pronto empezó a funcionar bien. 

 Traje a mi mente la simplicidad de La Pascaline, la primera calculadora mecánica inventada en 1642 por el genio francés de apenas 19 años, Blaise Pascal. 

 Era una máquina inteligente ¡para no tener que pensar! Pero no tuvo éxito; los artesanos de la época le cambiaron la caja haciéndola estética y descuidando su aspecto funcional.

 El hermano de Pascal escribió la biografía del malogrado genio, en donde que afirma que con esa calculadora, realizaba operaciones aritméticas con absoluta seguridad, sin necesidad de razonamientos.

 En su célebre Pensamientos, Pascal escribió: “Es mejor saber algo de todo, que todo de una sola cosa” y así terminó su vida antes de los cuarenta años desgarrado entre la certeza de la razón y la del corazón, la fe racional e intuitiva. 

 En su breve vida buscó en la geométrica perfección de la máquina el reflejo de la verdad y del absoluto.

 La Pascaline fue el primer gran salto para alcanzar la computadora, el símbolo del siglo XX.

 En 1678 el francés Grillet de Roven inventó un calculador que unía a los Bastones de Neper, el sistema de la suma automática de Pascal. 

 Luego el alemán Leibniz convirtió a la calculadora en un verdadero elaborador, en condiciones de elaborar además de sumas, y restas, multiplicaciones y divisiones.

 Siguieron muchos inventores que acondicionaban piñones y mecanismos que simplificaban las operaciones aritméticas, hasta que llegó la ficha perforada del francés Falcon que en 1728 la aplicó a las máquinas textiles.

 Vaucanson perfeccionó el invento, y Jackard en los tiempos decimonónicos lo impulsó a nivel industrial. 

 Posteriormente Babbage, catedrático de Cambridge aplicó a la calculadora la ficha automática, y en 1890 el ingeniero estadounidense Herman Hollerith inventó la calculadora de fichas perforadas que inspiró a los elaboradores electrónicos que nacieron en 1946.

 

 Estoy convencido de que todas esas computadoras antiguas eran más fáciles de utilizar que el nuevo Office de Microsoft, que se anuncia como un sistema ‘amigable’. No quiero imaginar lo complicado que sería si fuera un sistema hostil.