Un niño de apenas dos años se encontró con un cuchillo filoso cuando hurgaba en una caja de herramientas y se puso a jugar con él. Por suerte lo tomó del mango, no de la hoja, pues no sabía de su peligrosidad. Llegó el padre que, horrorizado, intentó quitárselo, pero el niño ya estaba encaprichado y apretó el mango.
Ante cada intento de quitárselo lloraba. Y hacerlo de sorpresa podría generar que el niño se cortara, pues no se veía dispuesto a perder su nuevo tesoro. En esas estaban cuando llegó el abuelo quien, adecuó un pedazo de madera del mismo tamaño que el cuchillo, lo envolvió en cintas de colores, le puso tres cascabeles y agitándolo se lo ofreció al nietecito, mientras suavemente trataba de recuperar el arma. El niño se obnubiló con el nuevo juguete, abrió sus deditos soltando el filoso cuchillo para asir el nuevo juguete. Así somos todos a cualquier edad, cuando nos encontramos con una novedad la tomamos sin ver lo peligros potenciales, pero eso sí, la podemos cambiar por otra que consideramos mejor.