08/Sep/2024
Editoriales

¿Usted se acuerda de las casetas telefónicas?

En el Monterrey de los años sesenta, hacer cola en las cabinas telefónicas para utilizar un teléfono público era martirizante, especialmente en días calurosos.

Un alto porcentaje -al menos el 30%- de los usuarios no traía suficientes monedas de veinte centavos (ese era el precio al principio de una llamada local, luego costaba cincuenta, después un peso, creo).  

Lo triste era que, cuando usted pacientemente esperaba llegar hasta el teléfono, su agenda mental crecía y la llamada pasaba de los tres minutos por lo que debía depositar otra moneda, so pena de que se cortara la comunicación.

Las llamadas de larga distancia eran prohibitivas, pues se necesitaba -según la distancia del destinatario y de su duración- traer en la bolsa casi una carretilla de monedas, o utilizar el sistema ‘por pagar’ si era a un teléfono fijo y atenerse a que  quien contestara sintiera amor -o compasión- por el usuario solicitante.

Nunca he podido responder a la pregunta de por qué somos la única especie animal que requiere conversar con un semejante que se encuentra a miles de kilómetros, sobre todo porque existía un buen sistema de correos…   

Regresando a las casetas telefónicas, adicionalmente se debía tener la piel gruesa, pues había que aguantar las groseras reclamaciones de los que esperaban, quienes se sentían con más derecho al servicio que el usuario en turno que ‘siempre hace lo mismo’ o que ‘debe estar hablando con su novia, el infeliz’…

Soy un convencido de que el homo sapiens, homo faber, homo videns, o el homo praeter ni siquiera sería homo si no se hubieran inventado los teléfonos celulares;

íbamos directito a una gigantesca, salvaje y sanguinaria conflagración en el planeta.

Es claro que la justificación del homo se evidencia nomás con el hecho de hablar por teléfono, pero ya con ese aparato mágico (celular) en la mano, las demás funciones adicionales a las de comunicación han cobrado más importancia aún que el asesinato de las odiosas cabinas telefónicas, engendros del teléfono de alcancía inventado en 1889 por William Gray, en un banco de Connecticut.

La buena noticia es que ya desapareció la era de las casetas telefónicas. La mala noticia es que en 1983 empezó la era de los teléfonos celulares.