
El atentado y posterior ejecución de dos altos funcionarios del gobierno capitalino no solo terminó con la vida de dos servidores públicos, sino que también envió un mensaje claro a las autoridades de seguridad pública, tanto de la Ciudad de México como del gobierno federal.
De manera artera y con la precisión de un tirador experimentado, el pistolero acribilló a sangre fría a Ximena Guzmán y José Muñoz, dos funcionarios muy cercanos a la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, la morenista Clara Brugada.
Sin duda, los movimientos de Ximena y José habían sido estudiados previamente, pues el asesino esperó cerca de 20 minutos en el lugar donde planeó el doble homicidio. No los mataron por lo que hacían, por sus pertenencias o porque representaran una amenaza para quien ordenó su ejecución, sino para transmitir un mensaje directo a la jefa de Gobierno, a la presidenta de la República, al secretario Omar García Harfuch y, me atrevería a decir, a todos los habitantes: “No se interpongan en nuestro camino” o, más claramente, “Vuelvan a la estrategia de abrazos, no balazos”.
Este crimen, sumado al asesinato de candidatas y candidatos en Veracruz, así como a las decenas de homicidios dolosos que ocurren diariamente en el país, es resultado de la desastrosa política de seguridad pública implementada durante el sexenio de AMLO.
Claramente, la presidenta Claudia Sheinbaum y su secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, no comparten esa visión. El propio Harfuch sufrió un atentado cuando estaba al frente de la Secretaría de Seguridad de la Ciudad de México, del cual afortunadamente salió ileso.
Los mexicanos aún tenemos la esperanza de que la presidenta Sheinbaum, con o sin el apoyo de Trump, logre instaurar la paz en este México herido.
La administración de Sheinbaum enfrenta el enorme reto de revertir el legado de inseguridad, pero también tiene la oportunidad histórica de demostrar que otro camino es posible.