12/May/2024
Editoriales

ARTE Y FIGURA 02 03 23

Continuamos con Libro “Antonio Bienvenida, El Arte del Toreo”, por José Luis Rodríguez Peral

 

Silverio Pérez

 

Cuando el gran cineasta ruso Eisenstein vino al país en 1932, con el ánimo de realizar una gran película épica acerca de la revolución mexicana, de inmediato captó como el espectáculo taurino había echado profundas raíces en el gusto de nuestro pueblo. 

De este modo, en sus ambicioso proyecto de la película ¡Qué Viva México! Incluyó algunas escenas taurinas, para filmar las cuales siguió a David Liceaga, entonces jovencísimo torero, a través de varias actuaciones suyas en la capital y los estados. 

En aquel tiempo, precisamente, daba sus primeros pasos en la profesión quien también trataba de encontrar el acento mexicano, la forma de hacer de nuestra raza, en un arte en principio extraño para nosotros, traído por los conquistadores, pero que se había identificado plenamente con nuestra tradición, en la que un rito mortal viene a tener mucho más hondo significado que un simple espectáculo. 

Al recibir los restos mortales de Carmelo en Veracruz, su hermano menor Silverio decide hacerse torero. Debuta en el Toreo en la primavera de 1932, para iniciar una más bien larga andadura de novillero: éxitos, cornadas y algún novillo que le regresan vivo a los corrales. En 1935 va a España, y el 1° de mayo conoce a “Manolete” cuando debutan los dos en una modesta novillada organizada por Domingo “Dominguín” en la placita arrabalera de Tatuán de las Victorias. Regresa a México en calidad de deportado en 1936, cuando los toreros españoles se niegan a torear con los mexicanos.

“Armillita”, su amigo y protector, le da la alternativa en 1938. En 1939 se consagra como gran figura con “Pizpireto” de La Punta, torazo con el que enseña nuevas formas de hacer el toreo, en las que el tiempo parece detenerse y la relación entre ambos es más entrañable que de lucha.

 Vienen luego “Traguito”, “Gitano”, “Cantinero”, “Guitarrista”, “Caraba” y “Peluquero”. Así llega la tarde del 31 de enero de 1943. Sale “Tanguito” al ruedo. Silverio, vestido de blanco y negro, lo torea tan lento como jamás se había visto. El arte hispano del toreo encuentra una nueva forma de expresión al ser interpretado por la raza mexicana. Luego, cuando viene “Manolete”, los antiguos aspirantes se encuentran en la cumbre de su arte y las corridas en México alcanzan su apogeo. El Faraón de Texcoco, el querido Compadre de todos los mexicanos, transmite como nadie la emoción nacional por el toreo.

 

Continuará… Olé y hasta la próxima.