Se repitió la historia de otros mundiales. México parecía avanzar y vuelve a caer por goliza. Desde los años 50s cuando la Fundación Jenkins de Puebla; la familia O Farril de Novedades y lo que entonces era Televisa junto con la XAW, planearon eliminar el personaje del charro peleonero, gritón y bebedor, como símbolo e identidad nacional, al que habían impuesto durante el alemanismo para sustituir a la historia y a los héroes patrios como Hidalgo, Morelos, Juárez o Lázaro Cárdenas mediante sus películas de “caballitos” o del “Santo contra los Vampiros”, la nueva identidad que le fue impuesta el mexicano fue LA SELECCIÓN NACIONAL, que se convirtió en el símbolo patrio y en la “esperanza” de millones de mexicanos.
Después, mediante sus propios métodos, hicieron de esa Selección un nido de corrupción, de amiguismos y recomendados y un bajísimo nivel técnico, además de un fabuloso negocio. Así, cada vez que esa Selección saliera a “combatir” en la cancha perdería y el mexicano se sentiría alguien inferior ante otras naciones o potencias y de la misma forma, destinado a una vida de desgracia e incapaz de aspirar un destino mejor como pueblo dominado siempre por “extranjeros” y por la elite oligárquica que ellos representaban; tal y como nos pinta “ El Laberinto de la Soledad”, del filosofo de Televisa, Octavio Paz. O como antes lo hizo la novela “Los Hijos de Sánchez” de Oscar Lewis o “Los Olvidados” de Luis Buñuel. La función de la Selección Nacional no es pues, jugar futbol o ganar campeonatos, sino hacerle sentir a los millones de sus seguidores que son “puros perdedores” inferiores a cualquier otra nación y a sus dominantes.