26/Apr/2025
Editoriales

La penicilina, ah, que buena medicina

El bacteriólogo inglés Alexander Fleming durante su trabajo de experimentos con bacterias piógenas tuvo en 1927 un descuido que once meses después, en septiembre de 1928, le permitió descubrir la penicilina, medicamento casi milagroso que destruye 90 tipos de bacterias patógenas y actúa contra otras dieciséis. 

Fleming trabajaba en el departamento de investigación del hospital St. Mary de Londres, y olvidó por varios días unos recipientes con cultivos de bacterias, hasta que lo recuerda y encuentra una invasión de un hongo desconocido. Este científico advirtió que al rededor de ese hongo verdoso habían surgido zonas limpias de bacterias, e infiere que ese hongo tiene un efecto germicida desconocido hasta entonces. 

Comenzó a experimentar para identificar el hongo destructor de bacterias, pues hay miles de tipos de hongos y resultó ser un penicillium notatum, de ahí su nombre de penicilina. Su descubrimiento marca un hito en la historia de la medicina y de la humanidad, pues enfermedades como el tétano significaban la muerte para el paciente. La penicilina es un tipo de sustancia antibacteriana segregada por organismos vivos que en 1889 habían sido bautizados como “antibióticos” que combaten los microorganismos frenando su crecimiento y en muchos casos, destruyéndolos. Hay muchos antibióticos que combaten diferentes tipos de bacterias. Desde luego que no es una medicina infalible, pues si el tratamiento con antibióticos es prolongado, muchas bacterias se vuelven resistentes. La penicilina se aplica por inyección intravenosa o intramuscular, aunque también hay presentaciones en píldoras y en ungüentos. El resultado fue que Fleming recibió en 1945 el premio Nobel de medicina, junto a Chain y Florey, pero el mejor reconocimiento recibido fue el agradecimiento de millones de personas que hemos sobrevivido gracias a la penicilina.