10/May/2024
Editoriales

Toro sentado, la leyenda

Tatanka Iyotanka, o Toro Sentado, fue un indio sioux mexicano que nació en 1831, en lo que ahora es, a partir de 1848, Dakota del Sur, Estados Unidos. Tenía una edad de 17 años  cuando se firmó el Tratado Guadalupe-Hidalgo, por medio del cual Estados Unidos se apropió de los territorios nórdicos mexicanos, entre ellos el territorio sioux.

 Pero fue hasta 1863 -tres lustros después- cuando apenas el ejército norteamericano peleaba los terrenos de caza a los Iakota, y en junio de ese 1863 supieron los soldados estadounidenses de lo que era capaz Toro Sentado que ya lideraba a los sioux. En 1864 cobijó a los sobrevivientes de la sanguinaria batalla de Sand Creek, Colorado, convirtiéndose así en un jefe tribal muy peligroso, pues a los 37 años ya era jefe de la nación indígena. Tenía 41 años cuando, en plena batalla a orillas del río Yellowstone, caminó rumbo a los soldados enemigos sentándose en medio de una lluvia de balas, a fumar su pipa, en una inaudita demostración de valor.

 Se convirtió en leyenda entre los norteamericanos y cuando cumplía 43 años empezó una tremenda invasión a las tierras de Black Hills, porque encontraron oro y los gambusinos norteamericanos enloquecieron.

 Dos años después, en 1876, al frente de los Sioux y los Cheyennes unidos, Toro Sentado derrotó, y feo, al legendario cuanto vanidoso militar gringo George Custer para, en 1877, encabezar a mil indios en una marcha rumbo a Canadá, y en el camino sumar a otros cuatro mil más.

 El general Terry fue hasta su territorio a ofrecerle una amnistía a cambio de recluirse en una reservación para indios, pero Toro Sentado no aceptó y la prensa canadiense decía que estaba convocando a otras tribus para asaltar a Estados Unidos. La respuesta del líder indio fue regresar a su país en 1881, pues escaseaba la carne de búfalo en esa región, y al ver morir a sus antiguos jefes indios que le apoyaban, el 19 de julio de ese año se rindió para frenar los ataques contra los de su raza.

 Se firmó su perdón y lo enviaron a un territorio de reserva en Standing Rock, pero por temor a la reacción de los indios de la zona, mejor lo mandaron al fuerte Randall, aguas abajo del río Missouri, donde ya llegó como prisionero de guerra y allí estuvo dos años.

 En 1885 lo comisionaron para acompañar al show teatral de Buffalo Bill, que recreaba los superados tiempos del viejo oeste, viajando por Estados Unidos, Canadá e incluso fue hasta Europa. En el espectáculo Toro Sentado montaba a caballo, y mostraba algunas destrezas con las armas y siempre firmaba autógrafos.

 Pero luego de cuatro meses viendo cómo los blancos no se tenían piedad ni entre ellos mismos, dejó de actuar. A sus 52 años leyó un discurso de homenaje al tren del Pacífico Norte, y al término del mensaje improvisó frente al público: Los blancos son todos ladrones y mentirosos. Pero el intérprete dijo: Nosotros damos gracias a la civilización, y el público aplaudió de pie al gran guerrero pacificado. Siete años después, el 15 de diciembre de 1890, lo arrestó una patrulla de 43 Iakotas sin motivo alguno y cuando un grupo de fieles de la Danza de los Espíritus –entre ellos uno llamado Catch-The-Bear- dispararon al teniente Bull Head que lo custodiaba, éste responde disparando a Toro Sentado para que el agente Red Tomahauw le diera el tiro de gracia. Inmediatamente asesinaron también a Crow Foot, hijo de Toro Sentado que se encontraba en una cabaña cercana y se hizo una trifulca donde murieron en total 300 miembros de la tribu. Dice la leyenda que en un sueño reciente, sus dioses le habían avisado que sería muerto por los suyos. Este indio mexicano es protagonista de varias leyendas en todos esos territorios que fueron nuestros antes de 1848.