12/May/2024
Editoriales

ARTE Y FIGURA 20 01 22

Continuamos con Libro “Antonio Bienvenida, El Arte del Toreo”, por José Luis Rodríguez Peral

El encierro

En la época, lo mismo en México que en España, la única forma de conducir los toros al lugar de su lidia era a través de los campos primero, y luego por las calles de la ciudad hasta la plaza habilitada para la corrida. Así, desde días antes de la fiesta, la población empezaba a participar en ella de manera comunitaria. Al sonar el clarín, por tanto, se había establecido ya el necesario ambiente para el sacrificio. La comunicación entre nobles, plebe, participantes y observadores alcanza un paroxismo. Luego, el fragor del espectáculo lo hará más fuerte aún, o va a romperlo violentamente en medio de broncas y descontento.

Hidalgo, ganadero y gran aficionado

La historia continúa su inevitable evolución. En la Nueva España, principalmente en su región central, hay mucha gente que estudia y toma apasionado partido por las nuevas tendencias del pensamiento y la política. Entre ellos, hay un clérigo letrado latinista, que no obstante su condición de religioso se adelanta a su tiempo de manera asombrosa y toma actitudes liberales, una corriente innovadora y poderosa que traería el nuevo siglo. Es industrioso, emprendedor y entusiasta. Gran admirador de la ilustración francesa. Pero no por eso menos imbuido de la tradición y la cultura hispánicas.  En sus haciendas de Jaripeo, Santa Rosa y San Nicolás, en el actual estado de Michoacán, cría toros bravos que son lidiados en las plazas de la región. Aquí, con los empresarios probablemente de Acámbaro, donde lidiaba muy a menudo, llega para apartar una corrida. Pero todas sus actividades, scon ser muchas y muy variadas, no le impedían ir madurando su proyecto fundamental: la Independencia de su gran país, México.   

Plaza de Toros de San Pablo

Tomando diversos canales, entre ellos los de La Viga y Santa Anita, era posible trasladarse en chinampa, remando, desde Xochimilco hasta las inmediaciones de la Catedral, en el centro mismo de la gran ciudad. Aquellos que se dedicaban al oficio de transportar gente por las vías lacustres de México se conocían como trajineros. Pues bien, a la entrada del Paseo de la Viga se encontraba la plazuela de San Pablo, donde desde la época colonial se improvisaba un ruedo para correr toros. Ahí se había organizado una temporada para juntar dinero a favor de las tropas realistas, durante la guerra de Independencia. Ahí mismo, en 1833, el México independiente decide construir una plaza de toros fabricada de madera, mayor que todas las anteriores que hubiera habido en la capital y con “las comodidades que han carecido las demás dedicadas a esta especie de diversión”. Aquí se recrea la monumental función organizada para inaugurarla, donde la nueva raza mexicana, mitad española, mitad indígena, decide aceptar las tradiciones y expresiones culturales que la historia le otorga, para engrandecerlas y ennoblecerlas al paso del tiempo.   

Continuará… Olé y hasta la próxima.