"Uno no puede hacerse escritor por generación espontánea. Quienes llegan a ser escritores, quienes lo somos, somos hijos de otros escritores. Quienes fundamentalmente nos hacen son otros escritores. Eso es definitivo". Las palabras anteriores corresponden al escritor Edmundo Valadés. Las recordamos en esta ocasión, con motivo del aniversario de su natalicio. (1915).
Don Edmundo era gran escritor y un gran amigo. Por espacio de diez años (los últimos de su existencia (1984-1994), tuvimos el privilegio de esa amistad. En los lugares en donde caminamos juntos –ya fuera en la ciudad de México, en Cihuahua, Ciudad Victoria, Hermosillo, Tijuana, Parras, Saltillo o Monterrey--, siempre encontramos al ser humano dispuesto a aconsejar a los jóvenes.
Autor de libros como "La muerte tiene permiso" y "El libro de la imaginación" y director de la revista "El Cuento", Valadés se había convertido, sin duda, en el máximo promotor del cuento en México. Sin embargo, siempre conservó su sencillez.
LA LECTURA, EL
MEJOR TALLER
Le gustaba recordar sus experiencias. Consideraba que el mejor taller literario consiste en leer y dialogar con otros escritores. Ellos –decía—nos abren nuevas perspectivas, nos estimulan. Casi siempre quien escribe después de leer un libro que lo apasione, se siente estimulado a escribir y aunque imite, aunque esté bajo la influencia de ese escritor, no importa.
Su autor de cabecera era Marcel Proust. Este literato había afirmado que cada escritor lleva ya su libro escrito dentro de sí. Lo que sucede es que hay un momento en que el libro sale.
Un buen día, Proust se encerró en un cuarto forrado de corcho, porque era alérgico a los olores y a los ruidos. Vivió así durante 13 años. Sólo salía para ver el ballet y para jugar a la Bolsa. Tuvo conciencia de la influencia de otros escritores de la época. Para deshacerse de esa influencia, decidió asumirla totalmente y así escribió a la manera de Balzac y de otros escritores, logrando siete versiones de un mismo caso. Cuando terminó, dijo: ya me sacudí las influencias. Ahora voy yo. Y entonces empezó a escribir su libro.
Valadés acostumbraba recordar también el caso del escritor Salvador Elizondo, quien de joven elaboró un cuento que parece escrito por Juan Rulfo. El autor de "Pedro Páramo" impresionó tanto a Elizondo, que redactó un cuento a la manera de él. Elizondo se liberó entonces de aquella influencia. Por eso –decía Valadés— no hay que tenerle miedo a las influencias. En todo caso, hay que asumirlas totalmente, porque si no, van a persistir.
El arte creador debe ser apoyado por un trabajo constante para hacer que la versión final parezca escrita sin esfuerzo. Hay escritores que escriben miles y miles de palabras en un manuscrito que luego sintetizan en un diez por ciento de su extensión.
UNA VOZ
INTERIOR
Henry Miller aseguraba que existe una voz interior que le dicta al escritor. Esa voz pertenece al verdadero escritor que uno lleva dentro.
Quien desee ser escritor –comentaba Valadés— debe despertar esa voz, si es que la lleva, dejar que salga, que emane; entregarse a ella, que luego será como un dictado. El artista es un hombre que tiene antenas, que sabe cómo atraer las corrientes que están en la atmósfera. El artista tiene la capacidad de captar, por decirlo así.
LOS GRANDES
DESCUBRIMIENTOS
¿Por qué las ideas –se preguntaba don Edmundo--, por qué los grandes descubrimientos científicos ocurren en diferentes partes del mundo al mismo tiempo? Lo mismo sucede con los elementos que constituyen un poema, una gran novela o cualquier obra de arte. Están ya en el aire, sólo que no se les ha dado la voz. Necesitan el intérprete que los ponga a la vista. Eso es todo.
Por otra parte, Valadés consideraba que es verdad que algunos hombres se adelantan a su tiempo. Lo cierto es que nada carece de significación y el artista debe enfrentarse a ello, darle forma y expresión. Para eso es artista.
Así era don Edmundo, un ser humano inteligente y amistoso que se adelantó a su tiempo.