Entre los muchos méritos que rodean la fructífera existencia del escritor Edmundo Valadés, figuran su gran aportación al desarrollo de la narrativa mexicana, el ser autor de varios libros, entre los cuales destaca —sin duda— La muerte tiene permiso y el ser director —durante más de 25 años— de la revista El Cuento.
Y, como si todo lo anterior fuera poco, fue además un destacado periodista, un excelente conversador y realizó una de las mejores antologías en El libro de la imaginación.
Valadés nació en Guaymas, Sonora, en el año de 1915. Desde los seis años se trasladó a la ciudad de México.
Hace ya 80 años —en 1937, para ser precisos— inició su carrera periodística y fue reportero, cronista y editorialista.
Colaboró en el equipo de prensa del presidente Adolfo López Mateos, enseñó periodismo en el Centro Mexicano de Escritores y fundó, en 1964, la revista El Cuento. Es autor de varios libros, entre ellos los mencionados al inicio de este artículo y, además, La Revolución y su novela y Las dualidades funestas.
Valadés alcanzó la fama con su obra La muerte tiene permiso, un libro de cuentos editado por el Fondo de Cultura Económica y, desde entonces, realizó una labor que lo ha convertido en una especie de leyenda en vida: publicar y dirigir desde 1964 la revista El Cuento que divulga lo mejor de la producción mundial de este género y que además ha estado abierto generosamente a los escritores mexicanos”.
En La muerte tiene permiso, Valadés aborda diversos temas, entre los cuales figura el de las injusticias que se cometen con los campesinos.
El cuento con que inicia este libro y que lleva el mismo título, se refiere a los problemas por los que atraviesan los hombres del campo, que son víctimas de los caciques. Es un cuento breve, como la mayoría de los relatos de Valadés, pero es un texto muy bien logrado, que mantiene la atención del lector desde el principio hasta el fin y que sólo hasta el último párrafo —como sucede en “Todos se han ido a otro planeta”, otro de sus cuentos— es posible advertir el desenlace.
Uno de los personajes del cuento, Sacramento, alza la voz en una asamblea y con esa voz, la misma “que debe haber hablado allá en el monte, confundida con la tierra, con los suyos”, solicita permiso para matar al arbitrario presidente municipal de San Juan de las Manzanas.
La propuesta se pone a votación y tras el debate, la asamblea otorga el permiso correspondiente. “Sacramento que ha permanecido en pie, con calma, termina de hablar. No hay alegría ni dolor en lo que dice. Su expresión es sencilla, simple… —P’os muchas gracias por el permiso, porque como nadie nos hacía caso, desde ayer el presidente municipal de San Juan de las Manzanas está difunto”.
Y así, concluye el cuento. Un cuento, que como el resto de su obra, han dado bien ganada fama a su autor.
Edmundo Valadés es, sin duda, uno de los mejores narradores mexicanos contemporáneos. Es autor de pocos, pero muy buenos textos. La muerte tiene permiso y El libro de la imaginación, son dos de sus obras más conocidas.
De su pluma han brotado personajes como Adrián, el del cuento No como al soñar, un joven que creía haber perdido el miedo al entregar un papel a la Tichi y que, de pronto, se enfrenta al verdadero miedo, al miedo a la muerte.
El miedo se hace presente también en Como un animal, como un hombre. Es un miedo que golpea al estómago, hace que la saliva desaparezca y deje su lugar a una pasta amarga, infinitamente estéril, que deshace las palabras. “… yo era un animal que huía, un animal de lúcido y acertado instinto, y mis piernas eran, las de un caballo, fuertes y ligeras, y mis ojos eran los de un gato, penetrantes, capaces de despejar la oscuridad. Yo era un animal portentoso con músculos de elasticidad imponderable y del hombre que yo era sólo había quedado conciencia de mi embriagado corazón... yo era de nuevo un hombre, un hombre admirable y maravilloso, hechos de tibia sangre, de músculos vivos, de carne heroica, y de un cerebro capaz de pensar por sí mismo, de saber salvarme, un hombre de tan prodigiosas fuerzas naturales, creando una sabía alegría, seguramente con el rostro más bello y viril y que las estrellas deberían estar contemplando con una sonrisa”.
Son dignos de mencionar todos sus cuentos, pero el espacio es breve. Señalaremos La grosería, Asunto de dedos, Un gato en el hambre, La infancia prohibida. El pretexto y El girar absurdo, por mencionar solamente algunos.
En Asunto de dedos, Valadés describe a un personaje que no se decide a apropiarse de un billete de 100 pesos, 100 pesos que en lugar de ir a parar a su bolsa, se quedan en la bóveda del banco. Esas manos que pudieron ser las de un gran pianista, son las mismas que sólo sirvieron para contar dinero en un banco.
Si bien es cierto que Valadés fue un gran cuentista, también lo es que fue un magnífico recopilador. En El libro de la imaginación, logró reunir alrededor de 400 textos breves de autores de todos los tiempos y a través de los cuales el lector se transporta el mundo de la imaginación, un mundo infinitamente rico que va —como se afirma en su presentación— del cielo al infierno, de la materia a la antimateria. Todo es posible en él.
Además de todo lo anterior, Valadés fue durante más de un cuarto de siglo el director de la revista El Cuento, en donde se impulsó a las nuevas generaciones de cuentistas.
También, fue el director de la revista Cultura Norte, publicación que sirvió de enlace a las instituciones culturales de los estados de la frontera Norte, desde Baja California hasta Tamaulipas.
En las numerosas reuniones que se promovieron en los estados de la frontera Norte, nos tocó la suerte de conocer y convivir con don Edmundo y pudimos observar como en Tijuana, en Chihuahua, en Hermosillo, en Los Cabos, en Ciudad Victoria o en Monterrey, los jóvenes escritores lo buscaban y él siempre tuvo una frase de aliento, un consejo para ellos.
Nosotros también nos beneficiamos con sus consejos y nos deleitamos con sus amenas charlas.
Edmundo Valadés fue siempre un hombre seguro de sí mismo que buscó su felicidad y la de los demás, y que tal siempre estuvo a la espera de un hada. Un hada que como la de su relato le cuente cuentos todos los días y que no le tenga miedo a la oscuridad.