Por su importancia, reproducimos aquí íntegramente el análisis del corresponsal de El País en Washington, Marc Bassets, sobre las elecciones en EU de forma íntegra: " El populismo que sacude las instituciones a ambas orillas del Atlántico libra su batalla decisiva el martes en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Una victoria del republicano Donald Trump, el magnate inmobiliario y estrella de la telerrealidad que ha sabido conectar con el malestar de la clase trabajadora blanca, significaría la caída en manos de un insurgente de la fortaleza más preciada, la Casa Blanca. Un novato de la política con un mensaje estridente entraría en la sala de mandos de la primera potencia mundial. Una victoria de la demócrata Hillary Clinton, una veterana de la política identificada con el establishment, daría claves sobre la manera de responder a los movimientos que cuestionan el sistema.
Donald Trump, en un mitin en la localidad de Reno (Nevada), ayer. JOHN LOCHER (AP) REUTERS-QUALITY
Estados Unidos, país que se enorgullece de su carácter excepcional, sintoniza a veces con las corrientes de fondo del resto del mundo y en particular de Europa. Ocurrió a principios de los años ochenta, cuando la victoria del republicano Ronald Reagan coincidió con el Gobierno en Reino Unido de la conservadora Margaret Thatcher. Ambos captaron el espíritu de los tiempos. Su revolución económica todavía define el campo de juego de las sociedades occidentales. La sintonía se repitió en los noventa, cuando en EE UU, Reino Unido y Alemania llegaron al poder políticos de la tercera vía, pragmáticos de centroizquierda que querían adaptar la socialdemocracia al mundo posterior a la caída del Muro de Berlín.
Las elecciones del martes son otro de estos momentos. Tras la Gran Recesión, que golpeó a las clases medias, EE UU y Europa vuelven a coincidir. Desde el voto a favor del Brexit al ascenso del Frente Nacional de Le Pen en Francia, desde la irrupción de Podemos en España y Syriza en Grecia al fenómeno Beppe Grillo en Italia o los avances de los contrarios a la inmigración en Holanda o Alemania, es la hora del populismo.
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Para los estadounidenses, la palabra populismo no tiene connotaciones positivas ni negativas. No es progresista ni conservadora. Como sostiene el historiador Michael Kazin en The populist persuasion (La persuasión populista), más que una ideología es una retórica que define el terreno en términos de enfrentamiento entre los de abajo y los de arriba, el pueblo y las élites.
"Desde hace ocho años, en Estados Unidos para el 80% de personas los sueldos no han crecido. Solo el 20% de arriba ha experimentado crecimiento económico", dice en Washington a EL PAíS Arthur Brooks, presidente del American Enterprise Institute y uno de los intelectuales de peso en la nueva derecha estadounidense. "Cuando pasan estas cosas, y durante tantos años, hay más populismo. Ha pasado muchas veces en Europa. De vez en cuando, en EE UU. Ya somos Europa. Tenemos un candidato como Le Pen o como Nigel Farage o Beppe Grillo o cualquier otro".
"Y cuando la gente tiene que esperar tanto [a la recuperación económica] llega un momento de frustración en el que aparece un político que tiene explicaciones", continúa Brooks. "Y dice: 'Yo te puedo explicar lo que está pasando aquí. Los inmigrantes vienen de México y te quitan el trabajo. O los chinos. O las guerras chupan el dinero del país'. No es verdad, pero la gente dice: 'Por lo menos hay alguien con explicaciones'".
Cuando Trump asegura que el sistema está amañado, o que existe un complot de los medios de comunicación, los bancos y oscuros intereses internacionales en su contra, apela a los agravios de sus votantes ante un establishment que creen que les da la espalda. Pero sus mentirosas teorías conspirativas reflejan, quizá involuntariamente, una realidad: a las élites —la prensa, Wall Street, los viejos jefes republicanos, los laboratorios de ideas, el aparato de defensa, grandes instituciones internacionales— les asusta la posibilidad de verle en la Casa Blanca.
Un nuevo Frente Popular
Una victoria de Trump y su nacionalpopulismo políticamente incorrecto supondría una derrota de estas í‰lites, una sacudida al sistema en el país con el que se mide, por emulación u oposición, el resto del mundo. Y sería una prueba de que las salvaguardas de los sistemas democráticos son insuficientes para impedir la llegada al poder de un político con un discurso demagógico y autoritario. Si puede ocurrir aquí, puede ocurrir en cualquier lugar.
También puede haber lecciones en una victoria de Clinton, como su coalición con las minorías raciales insultadas por Trump. O la alianza con el senador por Vermont Bernie Sanders, afín al populismo de izquierdas. Y otra lección: la unión transversal con los republicanos anti-Trump.
"Que tengas a republicanos de siempre como George H. W. Bush apoyando a Clinton, significa que debes construir una especie de Frente Popular, por usar este viejo término inspirado por los comunistas", dice Kazin, codirector de la revista socialdemócrata Dissent. "Lo que Hillary no ha hecho es impulsar un programa atractivo", añade. "Ha decidido: Haremos campaña contra Trump. Esto bastar· para ganaría. Habría podido convencer a personas de clase trabajadora si hubiera hablado más de universidades gratuitas, de aumentar el salario mínimo. Los partidos socialdemócratas deben recordar a la gente lo que les gusta sobre el orden socialdemócrata. Y si no lo hacen, de alguna manera merecen perder".
Si en el mayor momento de furia contra el establishment gana Clinton, enviará un mensaje: aunque el malestar esté aquí para quedarse, el sistema es capaz de resistir.
El corresponsal del diario español El país en Washington, Marc basset