13/May/2024
Editoriales

¿Qué crees que pasó?

Noviembre 8 de 1847: Por órdenes del general Winfield Scott, militares invasores norteamericanos azotan a tres civiles mexicanos en el zócalo de la ciudad de México, aprehendidos por cargos de agresión al ejército norteamericano. A partir de ese momento, se multiplicaron los casos en donde la población civil se expresaba de esa forma debido a su impotencia frente a la derrota militar sufrida durante el artero ataque del vecino del norte que ingresó al territorio nacional con clara intención de apropiarse de más de la mitad del solar de México. Scott adquirió prestigio en su país debido a que, en su calidad de “gobernador” de México, fue implacable y su figura alcanzó altos niveles de popularidad en Norteamérica, al grado de que fue candidato presidencial en 1852, pues su actuación en la invasión a México le redituó más extensión territorial a EUA que la conseguida por los padres de la patria norteamericana que encabezaba George Washington al independizarse de Inglaterra. Desde luego que su carácter hosco le llevó a la derrota electoral frente a Franklin Pierce, pero él siguió siendo ícono militar.

En México había total desconcierto. El presidente Santa Anna había renunciado desde el 16 de septiembre anterior y el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Manuel de la Peña y Peña había asumido por ley, la presidencia del país. El nuevo presidente se trasladó a Toluca y desde ahí convocó a todos los gobernadores a reunirse en Querétaro para el día 12 de octubre, y Peña y Peña fue ratificado en la presidencia, al tiempo que se le pidió a Santa Anna que compareciera para rendir cuentas de la derrota sufrida ante Estados Unidos y en particular por la pérdida de la Capital del País. Fueron momentos muy difíciles; Nuevo León era gobernado por militares estadounidenses, y el 11 de noviembre fue electo presidente de México Pedro María Anaya hasta el 8 de enero de 1848. Ante esto, Scott declaró que seguirían ocupando el territorio nacional hasta que se llegara a un arreglo (económico), evidenciando su interés por quedarse con los territorios nórdicos mexicanos, y mientras, prohíbe que se paguen contribuciones a las autoridades mexicanas anunciando que próximamente se fijarán los impuestos que pagará el pueblo de México al gobierno norteamericano. Desde luego que todo esto era ordenado por el presidente norteamericano James Polk, nefasto político expansionista que desde su campaña electoral prometió que anexaría Texas y ya en el poder se apoderó de mucho más territorio mexicano.

Hoy todo indica que Estados Unidos tendrá un presidente menos agresivo contra México, pues sus antecedentes de amistad con mexicanos, su religión católica y su temperamento reposado nos hace abrigar esperanza de que se trate mejor a nuestros indocumentados y haya una relación más respetuosa a nuestras autoridades, pues Trump sólo ordenaba al presidente mexicano que desplegara las fuerzas armadas a la frontera sur para impedir por la fuerza el flujo de centroamericanos a México porque de aquí podrían pasarse a Estados Unidos, y nuestro gobierno lo obedecía. Esperemos que Biden no cambie, porque imitar a Polk y a Trump, es atractivo para ganarse las simpatías de un número importante de estadounidenses. Hoy recordamos con tristeza las rudas acciones del militar Scott que, con singular alegría cumplía las órdenes de Polk.