Entre los siglos XVII y XIX se propaló por el mundo occidental la tesis de que había razón en quienes hacían de la trata de humanos un negocio. Sustentaban semejante barrabasada en que las razas humanas se diferenciaban más que por su color de piel, por su capacidad intelectual, así que algunas debían servir a otras.
Y además que sus características físicas los delataban; así clasificaron a los hombres en caucásicos (blancos), mongólicos (amarillos) y etiópicos (negros). El conde de Gobineau y el barón de Cuvier fueron los autores que nos regalaron esa simplísima clasificación de los humanos, como si fueran razas de animales, llámese caballos, leones, perros o peces. Después llegaron muchos otros científicos que calificaban otras cosas y algunos decían que la capacidad intelectual dependía del peso del cerebro, así que andaban a la búsqueda de cráneos famosos para pesarlos. Esta tesis topó en pared cuando el cerebro de Anatole France pesó la mitad del cerebro de Iván Turguenev, quienes tenían más o menos la misma capacidad literaria. Y así por el estilo fueron cayendo los datos que desmantelaron esa tesis construida a lo largo de mucho tiempo. Aún en 1964, la Enciclopedia Británica decía que los negros tienen un cerebro pequeño en relación al tamaño de los cuerpos... El colmo fue Robert Lansing, secretario de estado del gigante bélico -Estados Unidos-, quien justificó los 19 años de ocupación militar de Haití, aduciendo que los negros son incapaces de gobernarse, porque así es su naturaleza. Pero la realidad es terca y siempre evidencia a los teorizantes maleables. Entre el año 2009 y 2017, su poderosa nación (Estados Unidos) fue gobernada por un hombre de color negro, desempeñándose mejor que muchos blancos inquilinos históricos de la Casa Blanca. Hoy día se acepta la igualdad de los seres humanos.