De forma asimétrica los Estados Unidos y México han sido víctimas de la misma destrucción desde, al menos, principios de los 1980s. Las empresas maquiladoras que salieron de allá; de Ohio, Michigan, Illinois y Pensilvania, se vinieron a México, Centro América y países de Asia, tratando de “bajar los costos de producción” y “equilibrar las finanzas” aplastadas por el crecimiento de las deudas y en busca de mano de obra barata, agua y electricidad casi regalada y bajos o nulos impuestos, al mismo tiempo que imponían, mediante el GATT o los tratados de libre comercio, la autodestrucción de sus economías, especialmente su industria y el agro. Desde esos años, los inicios del gobierno de Miguel de la Madrid en 1983, la pobreza y desigualdad se dispararon y millones buscaron emigrar hacia Estados Unidos; y en medio de la ruina del campo mexicano el narcotráfico impuso su dominio en alianza con la banca y las familias de los “nuevos ricos” del periodo. En Estados Unidos fue al revés. Las industrias se fueron, las empresas agrícolas familiares quebraron y los grandes carteles alimenticios como Cargil, ADM o Monsanto tomaron el predominio y el control del comercio mundial de alimentos convirtiendo a nuestro país en “comprador de alimentos”, los mismos que antes producía. Millones perdieron sus empleos y buenos salarios. El sueño americano se destruyó, las familias se desintegraron y los norteamericanos perdieron su propósito de vida, hundiéndose en las drogas y en la fantasía de las “identidades”, raciales, sexuales etc.: “NO tengo empleo, pero lucharé porque se respeten mis preferencias sexuales”. La CIA y el FBI, en alianza con los carteles de Colombia y México, se encargaron de hacer llegar las drogas a los barrios empobrecidos y entre las minorías de las grandes ciudades como Los Ángeles, Chicago, Nueva York o Washington DC. y también, por supuesto, entre las clases medias universitarias para así sofocar cualquier descontento. Nada menor, por supuesto, el papel de los “grandes espectáculos” deportivos o de “artistas” (Madona, Eminem, Badbuny, NFL, NBA etc.) , el papel en este control o “ingeniería social”. Por lo mismo, en los Estados Unidos no hubo una rebelión política contra todo esto y cuando por la vía en electoral en 1993, los norteamericanos salieron en masa a votar contra George Bush padre, el establecimiento los ofreció a Bill Clinton, un “babeboomer” cobarde e incapaz de desafiar a esas élites llevando al país a más guerras y mayor hundimiento económico. Igualmente, más adelante, cuando la población buscó una salida contra los 8 años de George Bush hijo y sus guerras y estancamiento económico, le ofrecieron a Barack Obama, quien resultó un “Tio Tom” servicial con sus amos blancos y millonarios de Wall Street además de adoctrinado en las ideas imperiales y neo liberales en su paso por la U. de Harvard.
En México, sin embargo, la rebelión se presentó dos veces. Una en 1988, cuando el Ing. Cuauhtémoc Cárdenas encabezó una “revolución cívica” contra el orden neo liberal recién iniciado, y 30 años después, en el 2018, cuando esa misma rebelión en contra del mismo mal, la encabezó el presidente AMLO y logró el triunfo y tomar el gobierno para iniciar un viraje.
Por todo esto, no hay que mirar las elecciones en los EU ni a sus candidatos, Donald Trump y Kamala Harris, como los medios y prensa nos los pintan, ni aceptar el debate de banalidades que estos medios quieren imponer, sino contemplarlo en medio del cuadro histórico de lo que le ha ocurrido a ese país en los últimos 35 años.