21/Nov/2024
Editoriales

Lo mejor de Catón

Catón es considerado el columnista más leí­do del paí­s y un personaje entrañable para la Universidad Autónoma de Nuevo León, que le otorgó en el 2003 el Doctorado Honoris Causa y cuya Orquesta Sinfónica ha dirigido.Armando Fuentes Aguirre nos brinda cada dí­a lecciones de humanismo y de humorismo. Es un ser que nos sorprende con su capacidad, sus conocimientos y, sobre todo, su generosidad. A diario, miles de lectores de todo el paí­s y de otras partes disfrutamos de la lectura de sus columnas. Una de ellas, "Mirador" nos invita a pensar. La otra, "De Polí­tica y cosas peores", nos comunica su entusiasmo y nos contagia su buen humor.

Sus columnas se publican en más de 150 periódicos de México. "Lo hago –dice-- para establecer contacto con la gente. Hay un gran amor al prójimo atrás de mis chistes y el deseo de comulgar con él en la santa eucaristí­a de la risa. Yo no sé qué serí­a de este Paí­s si no tuviéramos esa capacidad, que no es relajo, sino un modo muy sabio de ver la vida y de conjurar sus males con la magia de reí­r. Tengo una gran fe en el género humano. No puedo darme el lujo del pesimismo, porque si incurro en eso falto a tres virtudes en las que creo: la fe en Dios, la esperanza en el hombre y la caridad que es el amor a la gente".

Armando es también autor de una serie de libros de Historia de México, sobre personajes como Hidalgo, Juárez, Madero, Porfirio Dí­az, Santa Anna y Maximiliano, así­ como "Plaza de Almas", "Mirador de Catón", "Lo mejor de Catón", "Cuentos de todos" y algunos libros más de Historia y de humorismo.

Recientemente tuve el gusto de viajar con él a la ciudad de México para asistir al homenaje que Don Jorge Vázquez y la Fundación Vázquez Santos le rindieron al periodista Fernando Bení­tez en Bellas Artes. En esos dí­as también presentó su libro más reciente: "Lo mejor de Catón", en la Feria Internacional del Libro en Minerí­a.

Catón posee una gran sabidurí­a. Vamos en el taxi y va comentando todo lo que ve a su paso. De pronto aparece un bosque de jacarandas y él de inmediato recuerda una canción sobre el tema e incluso recuerda la letra de esa melodí­a. La jacaranda lo lleva de inmediato a recordar el color de los ojos de Elizabeth Taylor y de nuevo surgen nuevas anécdotas de cuando Elizabeth vino a México con su esposo Richard Burton a filmar una pelí­cula en Puerto Vallarte. Y así­, de cuadra en cuadra su plática se enriquece con todo lo que vamos viendo. Surge entonces hasta el origen de la palabra Tepito. Pero no todo para ahí­. Después nos habla de la palabra teporocho.

No hay manera de aburrirse al lado del buen amigo Catón. Esa noche nos invitó a cenar en el restaurante de Bellas Artes, mientras se escuchaba y se podí­a ver en pantallas la Opera que se escenificaba en la gran sala del Palacio de Bellas Artes.

Es increí­ble cómo la gente lo quiere, lo admira y lo respeta. En la Librerí­a Porrúa, los empleados nos sonrí­en. Han reconocido al amigo Catón. Uno de los empleados se toma una foto con él y le pide su autógrafo

Quiero ahora referirme al nuevo libro de Catón que presentó en la Feria del Libro de Minerí­a, en la ciudad de México.. En ese libro nos cuenta innumerables historias y anécdotas. Esta es una de ellas:

"Mi nietecita corre hacia mí­ gritando: "¡Ito!".

Si alguna vez el buen Dios me dice. "Entra en el Cielo", esas palabras no me sonarán tan dulces como el alegre "¡Ito!" de esta niña mí­a.

Tiene mi nieta poco más de un año. Yo tengo todos los demás. Pero hay entre ella y yo secretos que no conoce nadie. Cuando ella corre hecha los brazos hacia atrás. Se rí­en todos al verla, menos yo. Sé por qué pone los brazos así­: antes de nacer era un ángel; sus bracitos son el recuerdo de las alas que tuvo, cuya memoria sigue conservando.

No pierdas esas alas, mi niña; no las pierdas. Te servirán para alejarte de quienes van por el mundo desalados. Los años pasarán. (Ese es su oficio). Perderás la memoria de tus alas. Pero abrazarás a tu abuelo y él sabrá que no son brazos los que ciñen, sino alas de un ángel de ternura que Dios puso en su vida como anticipación del paraí­so".

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En ese libro, de pronto cambia de tema –cuantas cosas nos cuenta—y nos habla ahora del borracho que empezó a ponerse necio en la cantina. Fue hacia un señor que sin meterse con nadie bebí­a su copa en un extremo de la barra y le dijo con tono amenazante: "¿Está usted buscando pleito?". El otro le respondió muy calmado: "Desde luego que no, amigo. Si buscara pleito ya me habrí­a ido a mi casa".

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De todo nos habla. También aparece en sus páginas el colibrí­:

"El colibrí­ es tan leve que cuando se posa sobre una flor esta pesa menos de lo que pesaba antes de que se detuviera en ella el colibrí­.

Vuela el colibrí­ y el aire no se da cuenta. Tan pasajero pasa bajo el sol que no hace sombra.

Está aquí­ y ya no está; aquí­ no está y está aquí­ ahora.

Dios es grande. Lo prueba el colibrí­. Anda entre cosas gigantes -esta montaña, este árbol, este hombre- y prevalece entre ellas. Yo le pongo un poquito de azúcar y unas gotitas de agua, y viene el colibrí­ hasta mi ventana, y no me teme; liba al alcance de mi mano. Casi oigo el latido de ese milí­metro perfecto que es su corazón, y en él siento el latido de la vida, eterna y grande y fuerte como el colibrí­".

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Hay en el libro muchos temas cortos, como éste:

"El verdugo estaba hablando por teléfono. Dice de pronto: "Después te llamo. Ahora tengo que colgar".

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Por último, les muestro en esta ocasión un texto dedicado a la amistad:

"Sientes que mueres tú también en el amigo muerto: ya no más la canción, no más la risa, no más las arduas discusiones desde la caí­da de la tarde hasta la madrugada sobre cosas del cielo y de la tierra...

Sientes que en el amigo ido se va también algo de ti. Ahora él es ausencia, y en esa pérdida te pierdes igual tú: dices palabras que él ya no oye, y tiendes una mano que no encuentra la suya.

Pero entonces te llega la memoria, y en la recordación él sigue vivo. Y resucita la canción, y se oye otra vez el eco de la risa, y sientes cerca de ti lo que se ve lejano.

La verdad es que un amigo no se pierde nunca. Está aunque ya no esté. Sigue viviendo aun después de muerto. Su amistad te acompaña para siempre y no te deja solo. La canción y la risa y la palabra son escudos que salvan de los golpes de la muerte. Esa sombra de muerte que se llama olvido desaparece dónde está esa luz de la vida que se llama recuerdo.

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Catón se pone serio y comenta: "Creo que yo me encuentro ya al final de ese camino (de la vida). Hay que decir que apenas tiene 78 años. "El privilegio es llegar acompañado por gente que te quiera y ese es un premio al hecho humilde pero profundo, de haber sido parte de la alegrí­a de los demás y no parte de su tristeza o de su sufrimiento (...) El hecho mismo de estar en este mundo es un prodigio que a veces no apreciamos, la maravilla de amanecer cada dí­a".

Nos despedimos pensando que lo mejor de Catón está en este libro y en todos los que ha publicado, pero lo mejor, mejor, está en él mismo.