Como "El Crimen del Siglo" fue calificada en su momento la acción de Charles Joseph Whitman, quien al iniciarse el mes de agosto de 1966 –el próximo lunes se cumplen 50 años-- mató a 15 personas e hirió a 31. En el siglo XX, con excepción de los crímenes de las guerras mundiales, este fue uno de los de mayor magnitud.
El mismo día que sucedieron los hechos, inmediatamente pasamos la noticia a "El Porvenir", a través de ese gran periodista que fue el maestro Francisco Cerda. En esa información aparecieron al día siguiente los primeros datos, pero ahora quisiera recordar cómo transcurrieron los hechos.
Hace 50 años disfrutábamos de una beca en la Universidad de Texas. En aquel verano del 66 habíamos solicitado un permiso en el diario "El Porvenir" para estudiar en la Universidad de Texas, después de haber concluido la carrera de Leyes en la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Varias veces he regresado en la ciudad de Austin para visitar la Universidad de Texas y su Colección Latinoamericana "Nettie Lee Benson". Y en una de esas ocasiones, mientras escribo esto, una lluvia pertinaz, baña la ciudad. El cielo parece llorar la tragedia.
Los hechos sucedieron el lunes primero de agosto de 1966. Lo recuerdo como si fuera apenas ayer:
Los maestros, en la Universidad de Texas, nos han dado la salida temprano. Todos nos apresuramos a salir del edificio para ir a comer, pues pronto tendremos que regresar a las clases vespertinas y, más tarde, a las nocturnas.
Es muy agradable recorrer esta Universidad. Caminar por sus avenidas, ver sus prados y sus grandes árboles, estar en los mismos edificios, en los que años atrás, estuvieron —entre otros el Arq. Joaquín A. Mora, que fuera Rector de la Universidad de Nuevo León, y el Dr. E. Víctor Niemayer, quien fue Encargado del Departamento de Asuntos Culturales y de Prensa del Consulado General de los Estados Unidos de Norteamérica en Monterrey.
Apenas logramos dar unos cuantos pasos, cuando nos sorprenden varios disparos. Al principio creímos que eran cohetes, pero luego nos dimos cuenta de que no era así. Eran balazos.
Seguimos caminando. Me encontré luego con Rafael Salinas, estudiante del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, quien asistía en Austin a los cursos de verano. Rafael me señaló los cuerpos de dos heridos que se encontraban a unos cuantos pasos de nosotros.
Tratamos de prestarles auxilio, pero nos recibió una andanada de balas de varios calibres. Todos corrían en forma desesperada y con los rostros desfigurados por el terror. Nos refugiarnos, primero, tras unos arbustos. Hasta entonces logramos saber de dónde provenían las balas. Al principio no sabíamos si era uno o eran varios los que disparaban. ¡Tan poderoso era el tabletear de las armas de potencia que tenía en su arsenal el múltiple asesino!
Por fin llegó la policía. Un elemento de seguridad, desde lejos, nos hizo la seña de que ya podíamos salir de los arbustos, aprovechando que el francotirador estaba disparando hacia otro lado.
Cruzamos una de las avenidas de la Universidad, en forma por demás apresurada, hasta llegar al edificio de Economía. Tan pronto llegamos, una bala pegó en la pared, a unos cuantos centímetros de nosotros, después de romper el grueso cristal de la puerta de entrada principal. Una mujer resultó herida. Nos pidieron a todos alejarnos del cristal.
Mientras tanto, afuera, en las explanadas de la Universidad, yacían los cuerpos de varios compañeros. Nadie les prestaba auxilio. Finalmente, un vehículo blindado de la policía los recató, pero lamentablemente ya habían muerto.
Una hora y media nos pasamos en el edificio de Economía. No menos de 25 policías entraron en este edificio. En los demás inmuebles, la situación era la misma. Francotiradores, miembros del Departamento de Seguridad Pública y policías de varias dependencias, llegaron con rifles de largo alcance con miras telescópicas.
Pero el asesino había planeado todo. Colocó las armas en diferentes puntos estratégicos de la Torre, desde donde realizó su maniática obra. Se encontraba en una posición en que podía ver todo y en donde era sumamente difícil el ser atacado, ya que estaba protegido por las gruesas paredes de la Torre.
Más víctimas caían y sólo se escuchaban los gritos: "Por favor, ayúdeme alguien".
El homicida disparaba tres balazos cada diez segundos. Logró alcanzar a gente que transitaba fuera de la Universidad. Tenía una excelente puntería. Había sido miembro de los Marinos de los Estados Unidos.
Pronto la Universidad parecía estar desierta. No se veía a nadie caminar en el Campus. Arriba, en el vigésimo séptimo piso de la torre, estaba Whitman, un sujeto enloquecido. En la madrugada había matado a su madre y a su esposa. Y ahora tenía agua, alimentos y municiones para varios días.
Nos tocó ver a los miembros de seguridad agitados y sudando. Un policía, que responde al nombre de Ramiro Martínez —tal vez de ascendencia mexicana— subió a la Torre, y de seis balazos mató a Whitman. Martínez nunca había dado muerte a nadie. Se encontraba sumamente nervioso. Al saberse que ya había pasado el peligro todos salimos de los edificios y corrimos hacia la Torre. En ese momento bajaban el cadáver, un joven de 25 años de edad, que vestía pantalón azul, y que se encontraba bajo los efectos de algunas drogas y que, además, tenía un tumor en el cerebro. Así, en esta forma, terminaba la masacre que tiñó de sangre los prados de la Universidad de Texas, en Austin.
El lugar de observación de la Torre, fue clausurado. La Universidad de Texas suspendió sus labores y las banderas se izaron a media asta, en señal de duelo, por espacio de una semana. El Gobernador John D. Connaly regresó inmediatamente de un viaje por América del Sur. Lamentó los hechos y pidió una minuciosa investigación.
Pero, en realidad, nadie sabe qué fue lo que impulso a Whitman a convertirse en asesino. Unos dicen que las drogas; otros que fue la lectura de un libro. Pero no hay conclusiones. Lo cierto es que no fue la primera vez que la Torre de la Universidad fue escenario de muerte. Anteriormente, cuatro personas —en distintas épocas— se lanzaron suicidándose.
Whitman era un magnífico estudiante y un buen trabajador. ¿Qué fue lo que lo enloqueció?
He de concluir este artículo con una pregunta: ¿Sería éste el crimen del siglo? Unas semanas antes se decía que el crimen del siglo era el cometido por un tipo que asesinó en Chicago a ocho enfermeras. Sin embargo, quedaban aún por transcurrir más de tres décadas.
La palabra la tenía el futuro. Ahora, en el siglo XXI, los atentados en Paris, en Niza y en otras ciudades de Europa, Asia y Estados Unidos, han superado el número de muertos. Y quién sabe que nos depare el futuro.