Hay historias que son verdaderas lecciones. Una de ellas es ésta:
En la India, el espíritu de la peste pasó junto a un viejo sentado bajo un árbol. El viejo le preguntó: ¿A dónde vas? El espíritu respondió: Voy a Benarés, a matar a un centenar de personas. Más tarde el viejo escuchó que en Benarés habían muerto diez mil personas. Cuando el espíritu de la peste pasó de nuevo en su viaje de regreso, el anciano le reclamó: Mentiste al decir que matarías a cien. El espíritu alegó: Yo maté a un centenar. El miedo mató a los demás.
Las epidemias no son cosa nueva. Se han repetido en diversas épocas y lugares. El ser humano ha tenido que luchar para combatirlas. En esa lucha han dejado de existir millones de personas. La historia y la literatura han dado cabida en sus páginas a las terribles historias de enfermedades y de contagios.
La pandemia de influenza española –como se le llamó--, de 1918, fue responsable de la muerte de 20 a 40 millones de personas en menos de un año, dos o cuatro veces más que el total de muertos en cuatro años de la Primera Guerra Mundial.
Ya desde Hipócrates, en el año 412 antes de Cristo se describen lo que parecen haber sido epidemias. Sin embargo, la primera descripción clara de influenza se atribuye al médico Robert Johnson, de Filadelfia, quien refirió una epidemia en 1793. Otros antecedentes se reportan en los años de 1833, 1837, 1847, 1889-1890 y en 1918.
En ese año de 1918 (Hace 100 años), en Monterrey se registró la epidemia de influenza española que afectó a toda la región. El promedio de muertos era de diez víctimas diarias. La epidemia fue controlada hasta el 15 de diciembre de ese año, después de haber causado 528 víctimas en dos meses. (JPS, Monterrey entre Montañas y Acero, 1996).
Para el escritor portugués y Premio Nobel de Literatura José Saramago existen gigantescas empresas avícolas que obstaculizan las investigaciones sobre su papel en la propagación de la gripe aviar. “Pero lo más importante es el bosque, no los árboles, comenta Saramago.
LA PRIMERA MUERTE,
LA DE LA HONRADEZ
“Como se observa –agrega el Nobel--, los contagios son mucho más complicados que el hecho de que entre un virus presumiblemente mortal en los pulmones de un ciudadano atrapado en la tela de intereses materiales y la falta de escrúpulos de las grandes empresas. Todo está contagiando todo. La primera muerte, hace ya largo tiempo, fue la de la honradez.
Saramago es el autor de una obra que ha sido llevada al cine. Se titula “Ensayo sobre la Ceguera”. En la película del 2008, una epidemia deja ciega a la población mundial. Una mujer es la única que consigue conservar el sentido de la vista. Ella se convertirá en la líder de un grupo abandonado a su suerte en un hospital improvisado.
Sin embargo, esta no es la única película cuyo argumento es la epidemia. Hay otras, por supuesto, como también las hay en las obras de literatura. En “La Peste”, novela de Albert Camus, una plaga de ratas invade la ciudad de Orán y contamina todo lo que encuentra a su paso. Mientras tanto, la desesperación y el miedo contribuyen a crear más confusión y el número de muertos crece.
Las historias, como las epidemias, son cíclicas. Vienen y van. Aparentemente desaparecen y con el tiempo reaparecen. Mientras mayor es la confusión y la falta de medidas preventivas, mayor es el número de víctimas. Hay enfermedades que siguen causando estragos en la humanidad. Ahí están, por ejemplo, el cáncer y el sida.
Y detrás de todo esto, circulan y se difunden los rumores. Una de las mejores medidas a favor de la salud, sigue siendo la prevención.
Lo más terrible de todo esto es que se contagien además de las enfermedades, los rumores, el mal humor, el pesimismo, el miedo, la falta de fe en el ser humano, y que haya quien busque lucrar con las situaciones que afectan a los demás. Hay que luchar por sobrevivir y vivir bien, hay que luchar porque no muera la esperanza.
¿A DÓNDE IREMOS
QUE NO HAYA MUERTE?
Que la muerte existe no es ninguna novedad. Está presente desde los orígenes de la humanidad. Nació con la vida misma. En la poesía de Netzahualcóyotl se encuentran estas palabras: “¿A dónde iremos donde la muerte no existe?”
Cuando alguien moría en el pueblo, los abuelos acostumbraban decir: “Se puede escapar del rayo, de la raya no”.
En el querido pueblo que nos albergó en la niñez (Los Herreras, Nuevo León), había una sabia mujer que tenía una frase para cada ocasión.
Por ejemplo:
Cuando veía a una pareja a bordo de un carruaje blanco, adornado con ramilletes de hermosas flores, que los conducía a la Iglesia del pueblo para unir sus destinos ante el altar, ella acostumbraba decir:
“Este es un camino que todas debemos seguir”.
Y cuando el oscuro carruaje transportaba los restos mortales de alguien hacia el panteón del pueblo, cambiaba la frase así:
“Ese es un camino que todos deben seguir”.
A través del tiempo, millones de seres humanos han dejado de existir. Cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo, alguien fallece en algún lugar del mundo. Y cada uno se ha enfrentado a la muerte de manera tan personal, tan distinta. Lamentablemente, no ha sido posible hasta ahora entrevistar a ningún cadáver –como dijera un novel periodista--, a fin de que nos brinde su opinión en torno al tema.
Sin embargo, junto a todo esto hay historias de de vida, de trabajo, de unidad y de esperanza que nos permitirán salir adelante ante esta situación que vive nuestra Patria y que está presente también en otros países.
Que la muerte existe no es ninguna novedad. Es una verdad indubitable. La vida también es una de las verdades más grandes y hermosas. Prolonguemos la existencia, dándole sentido a nuestras vidas. Sigamos adelante.