Noviembre 8 de 1847: Por órdenes del general Winfield Scott, militares invasores norteamericanos azotan a tres civiles mexicanos en el zócalo de la ciudad de México, aprehendidos por cargos de agresión al ejército norteamericano.
A partir de ese momento, se multiplican los casos en donde la población civil se expresa de esa forma debido a su impotencia frente a la derrota militar sufrida durante la artera embestida del vecino del norte que ingresó al territorio nacional con clara intención de apropiarse de una gran porción del solar de México.
Este Scott adquirió prestigio en su país debido a que en su calidad de gobernador de México, fue implacable y su figura alcanzó altos niveles de popularidad, al grado de que fue candidato presidencial en 1852, pues su actuación en la invasión a México le redituó más extensión territorial a EUA que la conseguida por los padres de la patria norteamericana que encabezaba George Washington al independizarse de Inglaterra.
Desde luego que su carácter hosco le llevó a la derrota electoral frente a Franklin Pierce, pero él siguió siendo ícono militar. En México había total desconcierto pues el presidente Santa Anna había renunciado desde el 16 de septiembre anterior y el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Manuel de la Peña y Peña había asumido por ley, la presidencia del país.
El nuevo presidente se traslada a Toluca y desde ahí convoca a todos los gobernadores a reunirse en Querétaro para el día 12 de octubre, y Peña y Peña es ratificado en la presidencia, al tiempo que se le pide a Santa Anna que comparezca para rendir cuentas de la derrota sufrida ante Estados Unidos y en particular por la pérdida de la capital del país. Fueron momentos muy difíciles pues gran parte de los estados de México estaba gobernada por militares estadounidenses –entre esos estados se contaba Nuevo León- y el 11 de noviembre es electo presidente Pedro María Anaya hasta el 8 de enero de 1848. Scott declara que seguirán ocupando el territorio nacional hasta que se llegue a un arreglo, evidenciando su interés por quedarse con los territorios nórdicos mexicanos, y mientras prohíbe que se paguen contribuciones a las autoridades mexicanas anunciando que próximamente se fijarán los impuestos que pagará el pueblo de México al gobierno norteamericano.
Desde luego que todo esto era ordenado por el presidente norteamericano James K. Polk, nefasto político expansionista que desde su campaña electoral prometió que anexaría Texas y ya en el poder se echó encima de mucho más territorio mexicano. Casualmente, hoy los ciudadanos norteamericanos votan por los grandes electores que a su vez votarán para elegir al nuevo presidente estadounidense. Esperemos que triunfe la ecuanimidad pues cuando gobierna el racismo y la ambición, los mexicanos siempre salimos perdiendo.