Los regiomontanos de mediados del siglo pasado disfrutamos de una ciudad hermosa. Barrios de relucientes casas con elegantes fachadas de estilo novohispano norestense construidas con materiales de la región como sillar y tabique, enrejados de hierro forjado, puertas de madera con postigos de charnelas metálicas y ventanas abatibles embellecidas con sus cortinas que, además de proteger las casas de los candentes rayos solares, les daban un rostro señero.
Las calles y banquetas lucían libres y limpias, los rieles del tranvía tirado por mulitas y después de carros eléctricos permanecían expuestos en el pavimento como testimonios de la ciudad moderna y funcional que venía creciendo con singular pujanza desde el siglo XIX. Sus bellos templos, los monumentos como el Arco de la Independencia, así como los edificios públicos y privados, le daban señorío a la altura de cualquiera de las grandes urbes del país.
Sin embargo, las plazas de Monterrey, como la Zaragoza, la Alameda Mariano Escobedo, y la de La Purísima (nombres actuales) eran, además de encantadoras, un oasis con ambiente fresco y acogedor, habida cuenta que tenían fuentes de agua, bancas, árboles y un equipamiento central en calidad de quiosco para eventos culturales y políticos.
La Purísima, plaza de las chicas bonitas
Una de las más bellas es la Plaza de La Purísima. No era casual que las chicas más bonitas iban los domingos por las tardes a caminar en grupos dejando mudos a los jóvenes que las veíamos pasar. Pero su historia es interesante, pues este lugar fue destinado a ser plaza desde el año 1700 por el gobernador Juan Francisco de Vergara y Mendoza, a petición del alférez de la ciudad Cristóbal González.
Esto se dio en virtud de que había la necesidad de tener un lugar público destinado especialmente para dejar los caballos, burros, mulas y bueyes que llegaban a Monterrey estirando carretas cargadas de mercancías para el consumo de los regiomontanos. Así que este uso fue el promotor natural de que este sitio tuviera como primer nombre coloquial la Plaza de los Arrieros.
La Plaza de los Arrieros
Si bien los animales, y los carros que tiraban tenían permiso de entrar a la ciudad para descargar sus productos en los mercados, estos semovientes no podían permanecer en el centro por lo que sus dueños los llevaban a que pernoctaran en la mencionada Plaza de los Arrieros. Esta plaza no era nada extraordinario, sólo un terreno desmontado y aplanado sin bancas y ni siquiera árboles que dieran sombra. Dicho predio era una superficie de tierra donde se podían realizar actividades religiosas, civiles o militares. Desde luego que, al ser elemento necesario para el comercio, se desarrolló una vocación comercial, sin estar exento de adoptar otros usos diversos.
Plaza de los Arrieros, un mercado de abastos
Al paso del tiempo, la presencia permanente de arrieros terminó convirtiendo este lugar en un importante punto comercial donde no sólo llegaban productos como algodón, trigo, seda, marfiles y abarrotes a Monterrey, sino que se negociaban grandes pedidos y de ahí salían los productos locales como pieles curtidas, rebozos, zarapes y piloncillo para comercializarse en otros lares.
La pequeña capilla de Nuestra Señora de Concepción
Otro elemento que dio popularidad a la Plaza de los Arrieros fue su vecindad con la pequeña capilla Nuestra Señora de la Concepción, dedicada a la Virgen María, de una india tlaxcalteca de nombre Antonia, conocida como “La Zapatera”. Y como toda tierra santificada era propicia para enterrar muertos, al lado de la Capilla (en lo que parece el actual atrio de la Basílica) había un cementerio. Así que ya eran tres elementos muy importantes que concurrían en ese punto: el comercio, la devoción religiosa y el cementerio. Por tanto, la Plaza de los Arrieros se convirtió en un lugar bien concurrido y muy importante en la creciente ciudad de Monterrey.
El acueducto de Monterrey daba agua a la Plaza de los Arrieros
Luego vinieron otros elementos que abonaron al valor urbano de ese lugar, como fue la construcción en 1878 del Acueducto de Monterrey, que venía desde una acequia conocida como “de Las Quintas”, en las faldas del Cerro del Obispado, hasta la plaza de Armas (hoy Zaragoza). Esta moderna conducción de agua, tenía una derivación en el camino para abastecer una “Caja de aguas” en la Plaza de los Arrieros. Se trataba de un depósito de agua para consumo humano, a donde iban los vecinos a llenar sus cántaros para beber agua y para cocinar, pues el resto de sus necesidades hídricas se satisfacían del agua de las acequias, de los arroyos o de los ríos que tenía la ciudad.
Los insurgentes y luego los norteamericanos tomaron la Plaza
Esto era adicional a su ubicación de privilegio, pues estaba al poniente de la ciudad, en la salida a la vecina ciudad de Saltillo. Y su importancia no pasó desapercibida por las tropas que llegaron a Monterrey en plan bélico. Tal fue el caso de José Herrera, que en la guerra de Independencia en el año de 1813 entró hasta el mero centro de la ciudad, haciendo escala en la Plaza de los Arrieros; y el ejército invasor norteamericano que hizo lo propio luego de tomar el Obispado para dirigirse al centro de la ciudad.
Al crecer la mancha urbana se construyeron por allí algunas villas de descanso de las familias de la alta sociedad, pese a que su única infraestructura era la toma de agua, y ante semejante abandono oficial, cuando llovía la Plaza de los Arrieros se convertía en criadero de mosquitos y en tiempos de estiaje era terregal sin tratamiento alguno. Por su parte, en 1841 la capilla medía 6.70 metros de ancho y de largo 20, pero allí se daban clases de lectura, escritura y aritmética, era una escuela religiosa dirigida por José María Ballesteros. Y en ese mismo año se inició la ampliación del templo sobre un terreno donado por el municipio el 19 de agosto de 1841.
Planea Vidaurri embellecer la Plaza de la Purísima
Pero durante el gobierno del presidente Juárez se publicó en julio 31 de 1859 el “Decreto de secularización de cementerios” que cesaba toda intervención del clero en cementerios y en tal virtud el cementerio de la Purísima fue clausurado. Y fue hasta 1861 que el gobernador Santiago Vidaurri y el alcalde de Monterrey José María Morelos (homónimo del héroe de la independencia), se planteó convertir la Plaza de los Arrieros en paseo público con árboles, bancas, jardines y fuentes.
Así, la sesión ordinaria del Cabildo de Monterrey en abril 22 de 1861, determinó sobre la plaza -ya se llamaba Plaza de la Purísima- dar tres meses de plazo (gracia) a los vecinos Don Andrés de la Garza y al Doctor Lobo para desocupar las partes de sus predios que se destinarían a calles. También se acordó activar el proceso de expropiación nombrando peritos para determinar los valores de los predios de Cayetano Peña y Don Manuel Lozano. Además, se pidió que se buscara al dueño de la propia plaza para indemnizarle, y finalmente, acodó solicitar a los vecinos su cooperación para la ampliación de las calles. Se transcribe la parte relativa del acta:
“Sesión ordinaria del 22 de Abril de 1861. Presidencia del Señor Morelos Don José Maria. Aprobadas las actas anteriores se dió cuenta con los siguiente... Un dictamen de la comisión de policia sobre la apertura de la plaza de la Purisima y prolongacion de la calle que hay entre las casas de Don Andres Garza y la del Doctor Lobo cuya parte resolutiva dice así 1a. para que se lleve á cabo el acuerdo de la Corporacion respecto de la calle de que se ha hecho referencia se rectificara formalmente a los dueños de los terrenos que atravieza, que en el termino de tres meses á lo mas levantaran sus tapias o corrales en la linea que corresponde para que la calle quede abierta, libre y espedida para su trancito. 2a. Puesto que don Cayetano Peña y Don Manuel Lozano no han querido ceder ni conbenirse en el justo precio de sus terminos se les prebendra, ademas nombra un perito que por su parte debe hacer el justiprecio y en caso de referencia se hara este nombramiento por el Señor Presidente de la Corporacion. 3a. Respecto de la Plazuela se notificara igualmente al dueño del terreno que debe ocupar que para proceder á su valuo haga por su presente el nombramiento de perito que le convenga. Y justipreciado que sea ese terreno se citara á los vecinos del barrio de la Purisima a fin de ver con cuanto contribuyen para su pago: tomando en consideración y diciendo fue aprobado disponiendo que concurridas las notificaciones avaluos y demas tramites se pase el espediente al superior Gobierno pidiendo la aprobacion... Firmas.”
La oposición al proyecto de la Plaza, puestos comerciales ilegales
Los vecinos que se oponían argumentaban que la plaza era un lugar infértil para plantar árboles y otros que el lugar era necesario como corral público, sin embargo, al estilo de Vidaurri, la obra se realizó. Se empedraron andadores en la Plaza, se instalaron bancas de piedra, se sembraron árboles y se instalaron jardines. Sin embargo, se sabe que hasta 1863 aún existían algunos puestos comerciales, pues el
cabildo del 6 de abril de 1863 señalaba un puesto de venta de carne:
“Sesion ordinaria del 6 de Abril de 1863. Presidencia del Señor Peres D. Marin. Aprobadas las dos actas anteriores se dió cuenta con lo siguiente… los C. C. Procuradores para que informen tres dictamenes de la Comisión de carnes en los cuales propone se permitan á Don Rafael Saldaña continuar en el espendio de carnes que tiene en la Plaza de la Purisima… Doy fe, Firmas.”
Usan los invasores franceses la Plaza de la Purísima para ganarse al pueblo
Cuando llegaron los invasores franceses en 1864, ocuparon la ciudad y, para ganarse simpatías de la sociedad regiomontana, usaron la Plaza en programas culturales como pequeños conciertos al aire libre (con la orquesta militar de franceses y belgas) introduciendo bailes como el vals y las polonesas, pero los regiomontanos pronto despreciaron esas fiestas y adaptaron su música a nuestros gustos regionales.
La Purísima se llama Plaza de la Llave
En plena invasión francesa durante el gobierno republicano de Simón de la Garza Melo en 1865, la Plaza de la Purísima fue rebautizada con el nombre de Alameda de la Llave, en honor al general republicano Ignacio de la Llave por su valor durante la intervención francesa. El presidente Juárez instruyó a sus representantes en todo el país que así lo hicieran, rebautizaran lugares públicos con los nombres de los héroes nacionales para reanimar el patriotismo en los momentos que parecía triunfar el invasor.
Aunque oficialmente el nombre de Plaza de la Llave aún es oficial, los regiomontanos conocemos a este bello lugar como Plaza de la Purísima. Continuará…
Fuentes
Colección: CIVIL, Volumen: 22, Expediente: 5, Folio: 11
Colección Actas de Cabildo 22 de abril de 1861
Colección Actas de Cabildo 6 de abril de 1863
Saldaña, José P. Estampas antiguas de Monterrey, Monterrey, NL., 1981.