Por la explanada de la histórica Plaza del Colegio Civil han circulado colonizadores, religiosos, militares, estudiantes, maestros, comerciantes, artistas, y visitantes consuetudinarios o esporádicos. De frente al majestuoso edificio del Colegio Civil, la rodean enmarcando su deslumbrante presencia la avenida Juárez, que tiene el mayor movimiento peatonal del Estado, y las calles de Washington, Colegio Civil, y 5 de Mayo. Todo mundo recuerda algo de esta plaza, sea por quedar a un paso del Cine Juárez, o porque el transporte urbano iba o venía por ahí, o por ser una suerte de patio frontal de la Preparatoria número Uno, o por otras románticas razones que se pierden en la memoria antigua.
Para los universitarios era el lugar de las novatadas, del dios Bola, de las reuniones furtivas antes y después de exámenes; el espacio para manifestarse contra algún maestro, ring para resolver diferendos juveniles, o el sitio ideal para fraguar un plan de re-contra-ataque en las asambleas estudiantiles. Pero antes, mucho antes de todas estas cosas, sucedieron eventos en la Plaza del Colegio Civil que describen al Monterrey antiguo, por lo que, estudiar su historia, es apasionante. Veamos.
La ciudad de Monterrey en el siglo XVIII
Durante sus primeros doscientos años, de 1596 a 1794, la ciudad metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey, terminó siendo casi un rectángulo: al norte por el Río Santa Lucía (hoy calle de Juan Ignacio Ramón y el Canal de Santa Lucía); al sur, el Río Santa Catarina; al poniente, la Capilla de la Purísima Concepción (que conserva la misma ubicación); y al oriente alguna línea curva similar a la actual calle Florencio Antillón.
Aquella Ciudad Metropolitana fundada por menos de un centenar de personas, para 1793 ya tenía un casco de 3 mil 179 habitantes. No correspondía el crecimiento poblacional con su estancamiento geográfico debido a que, en los descomunales solares -la mayoría de una manzana-, vivían hasta tres generaciones. Por su parte, en el área rural moraban 4 mil 801 habitantes. Debemos aclarar que le llamaban “área rural” a los predios que quedaban al norte del Río Santa Lucía y a las nuevas labores -más allá de donde después estuvo la Fundidora de Monterrey-, así como a la vega de la acequia que venía del Obispado.
En ese tiempo ya habían mejorado las construcciones de la ciudad. Aquellos jacales de los fundadores, hechos con bahareque y techos de palma, se habían transformado en casas de sillar y adobe con vistosos techos de vigas de madera. En el patio de estas casas se criaba ganado y se sembraban pequeños huertos familiares. Sin embargo, semejante bonanza no se reflejaba en las calles de Monterrey que seguían siendo de terracería; cuando llovía eran lodazales, y en las sequías, terregales. Desde luego que no había banquetas peatonales.
Los obstáculos y limitaciones obligaron a modernizar la ciudad
Además, el paso por algunas calles se interrumpía debido a escurrimientos de los Ojos de Agua de la Ciudad -en donde está ahora el Congreso del Estado-, y los Ojos de agua del Roble -frente al templo del mismo nombre- que, junto con los del Ojos de Santa Lucía, formaban el Río Santa Lucía, límite norte de la ciudad. Este tipo de obstáculos y limitaciones naturales han sido un acicate para el progreso de Monterrey, por lo que la solución a este problema fue construir algunos puentes, y un par de presas para contener las aguas de los escurrimientos.
La ciudad permaneció en ese estatus urbano hasta los años noventa del siglo XVIII. En ese tiempo, el obispo de Linares con asiento en Monterrey, Andrés Ambrosio de Llanos y Valdez propuso al gobernador Simón de Herrera y Leyva trasladar la ciudad al norte presentándole un proyecto cuyo plano no se localiza pero que, al gobernador no le agradó provocando cierto distanciamiento entre los poderes civil y eclesiástico. Esto tal vez haya influido en la mudanza a Saltillo del obispo De Llanos y Valdez, pues el gobernador Herrera y Leyva contrató al arquitecto francés Juan Bautista Crouset para que hiciera "otra mejor disposición y con el orden también que se debe”.
El Plan de la Nueva Ciudad de Monterrey
Crouset presentó un documento llamado Plan de la nueva ciudad de Monterrey dedicado al señor don Simo´n de Herrera y Leyva, teniente coronel de infantería y gobernador político y militar de esta provincia del Nuevo Reino de León; un estudio que se envió el 21 de agosto de 1796 al virrey de la Nueva España, Miguel de la Grúa Talamanca, Marqués de Branciforte y Grande de España para su aprobación.
Este proyecto de Crouset era interesante. Proponía una expansión de la ciudad en forma de rectángulo, cuyo sur era la actual calle de Washington y el norte, la actual avenida Colón; la calle de Zuazua al oriente y la de Pino Suárez al poniente. Se trataba de trece manzanas de norte a sur y once de poniente a oriente. En el centro, por la calle del Roble (actual avenida Juárez) debía estar la nueva catedral, la casa del gobernador, las casas reales y las episcopales en la manzana donde actualmente está la Ciudadela: Juárez, Guerrero, Tapia e Isaac Garza.
El Convento de Madres Capuchinas
Este nuevo desarrollo urbano contemplaba un Convento de Madres Capuchinas que debió ubicarse en la manzana formada por las actuales calles de Juárez, Aramberri, Colegio Civil y Ruperto Martínez, y frente a él, su plazuela donde ahora está el Mercado Juárez (estudiaremos esta plaza en otra colección de textos), pero dicho convento no se concluyó.
La Plaza del Hospital fue patio de materiales
Otra obra proyectada pero que sí se realizó fue el Hospital Nuevo, frente a la Plaza del Hospital (actual Plaza del Colegio Civil). Esta se utilizó de 1796 a 1798 como patio de manejo de materiales para la construcción, que fue su primer uso del suelo. Allí laboraban pica – pedreros, carpinteros y sus ayudantes o peones. La obra avanzaba conforme a los tiempos programados, pero sobrevino una epidemia de viruela en 1797 y ya para enero de 1798 era un gravísimo problema. Al diagnosticarse la pandemia se suspendieron los trabajos y los materiales no utilizados se trasladaron a otras obras que continuaban avanzando.
Llega la viruela y opera de emergencia el Hospital Nuevo
Este hospital inconcluso comenzó a operar de emergencia en 1798, para lo cual se trajo de la ciudad de México a un médico: fray Antonio de la Vera y Galbez. Este facultativo recomendó que se retirara de la ciudad a los infectados de la viruela, para internarlos en el Hospital Nuevo. Así quedó asentado en el Acta de Cabildo del 17 de enero de 1798:
“En (…) Monterrey, (…) el señor Presidente y Gobernador (…) don Simón de Herrera y los señores Regidor Alférez Real don Joaquín Canales, Regidor Alguacil Mayor don Francisco Xavier de Urresti, Regidor Contador de Menores don Manuel de Sada, Regidor honorario don Froylán de Mier y Noriega, don Pedro Manuel de Llano, don Francisco de Arispe, don Manuel de la Rigada, (…) Síndico Procurador del común (…) y por el Regidor don Pedro de Llano (…) para precaver en quanto fuese posible el cruel azote de la epidemia de viruelas a los habitantes de esta ciudad … Que se ponga un hospital provincial (…) los muchos pobres que deben sufrir la epidemia y viven en xacales con mucha miseria, y que se pida al (…) Señor Obispo (…) las llaves del hospital nuevo del que se encargara a un sujeto que por caridad quiera hacerse cargo del, buscando hombres y mujeres prácticos para la asistencia y curación de los enfermos”.
La Plaza del Hospital era polivalente
Durante el tiempo que azotó a la ciudad esta epidemia, la Plaza del Hospital (hoy Plaza de Colegio Civil) era utilizada por carros y carretas que traían enfermos al hospital y llevaban muertos al camposanto. Contrario a lo usual en las plazas novohispanas, aquí se conservaron algunos árboles que sirvieran de sombra, refugio y dormitorio a familiares de los enfermos. La invariable presencia de gente en la plaza propició que apareciera un tímido comercio. Y al mismo tiempo, en la “ciudad nueva” se habían construido 76 casas nuevas, para los obreros que trabajaban en la construcción de la Catedral Nueva y de los que les prestaban servicios.
Llega Arredondo, la Iglesia dona el hospital que se convierte en cuartel
Sin embargo, la política dio uno de sus acostumbrados virajes, cayendo de la gubernatura Simón de Herrera y Leyva por lo que se suspendió la construcción del hospital que pronto se convirtió en ruinas y la plaza en monte. Estuvo en desuso por tres lustros hasta 1813 que el general realista Joaquín de Arredondo, nuevo comandante de las Provincias Internas de Oriente estableció su cuartel general para la persecución de los insurgentes dirigidos por Bernardo Gutiérrez de Lara que actuaban en el Nuevo Santander -hoy Tamaulipas- y Texas.
La Iglesia, propietaria del Hospital y de su plaza, donó ambos inmuebles a la corona Española. Y la plaza que se continuaba llamando coloquialmente del Hospital (aunque ya no fuera tal el edificio) se convirtió en una plaza de cuartel, llegando a ella vendedores ambulantes de alimentos y bebidas alcohólicas, músicos y prostitutas. Esto no obstaba para que sirviera también como lugar de descanso para los caballos y las mulas del ejército real.
Con la Independencia se le da trato de solar a la Plaza del Hospital
Luego, al llegar la Independencia Nacional en 1821 y el restablecimiento de la paz, el edificio volvió al abandono. Esto era tan dramático que llegó a pensarse equivocadamente que la plaza podía ser repartida como un solar más, pero el 17 de enero de 1831 el Cabildo pone los puntos sobre las íes a solicitud del gobernador, ordenando la demolición de las estructuras construidas en “nuestra” plaza.
Sesión ordinaria de 17 de Enero de 1831. “Leida y aprobada la acta de la Secion anterior se dio cuenta con lo siguiente:… Con un oficio, orden del Gobierno en que previene se descombre la plazuela del nombrado hospital nuevo, en la que no devio señalarse solar á ningún”.
Primero cuartel de los norteamericanos y después del ejército mexicano
Pero luego de otros tres lustros, en 1846 - 1848, con la invasión norteamericana, el edificio del Hospital Nuevo fue reutilizado, ahora como fortín de los estadounidenses alojándose ahí doscientos soldados usurpadores y tres piezas de artillería. Hasta que, una vez desocupada la ciudad por el ejército invasor, el general José Vicente Miñón restableció el dominio de la Federación sobre el territorio de Nuevo León.
Y Miñón solicitó al gobernador nuevoleonés José María Parás los edificios del Hospital y el del convento de las Capuchinas, ambos abandonados, para utilizarlos como cuarteles. Parás reaccionó iniciando los trámites burocráticos, pero Miñón no quiso esperar y el 27 de febrero de 1849 comunicó al gobernador Parás que:
“En representación del Supremo Gobierno Nacional, he comprado a la Mitra de esta Diócesis los edificios conocidos por Hospital y Capuchinas, para levantar en aquellos terrenos, los cuarteles necesarios para abitación de las tropas que por la situación geográfica de esta ciudad es preciso permanezcan en ella, cualquiera que sea el estado de la Paz. Esta circunstancia me obliga autorizado pro la Superioridad, para dedicarme, no a una obra pasajera ni de circunstancias, sino a todas la conveniencias probables para la tropa y vecindario.
Primeramente, deseo que V: E. interponga su influjo con el I. Ayuntamiento para que conceda el transito de agua para siempre por ambos edificios…”
La transacción incluía la Plaza del Hospital que dejó de ser propiedad de la Iglesia Católica para pertenecer a la Federación. Entre Miñón y Parás remodelaron las instalaciones, techándolas y reparando los daños causados por el abandono y la guerra, con una inversión bipartita de mil doscientos pesos.
Desde entonces, la Plaza del Hospital –para fines civiles- o Plaza del Cuartel –para fines militares- funcionó como plaza de armas donde se realizaban además de maniobras militares, el cuestionable comercio de la prostitución y el alcohol.
Invaden los franceses y de cuartel pasa a Palacio Imperial
Pasan dos décadas y en 1864 los invasores franceses ocuparon la ciudad por lo que el edificio del Cuartel fue bautizado con el pomposo nombre de Palacio Imperial, donde despacharon los comandantes franceses Armand Alexandre de Castagny, Pierre Joseph Jeanningros, y después los mexicanos republicanos Miguel Negrete y Mariano Escobedo.
En esta invasión los regiomontanos estaban más fortalecidos por lo que durante el dominio francés no comerciaban con ellos y la plaza lucía desierta, sólo circulaban por ella los militares franceses y los mexicanos imperialistas. Pero cuando los republicanos dominaban la ciudad, la plaza era muy visitada por los regiomontanos y se llenaba de vendimias y símbolos patrios.
Fue a partir de 1870 cuando el antiguo Hospital, convertido en Cuartel se re-convirtió para ser Centro de Educación. Sin embargo, de abril a octubre de 1876 regresó a ser cuartel militar, durante la revolución de Tuxtepec que llevó al poder a Porfirio Díaz, pues el jefe del cuartel era el general Jerónimo Treviño, jefe de la División del Norte.
Continuará…
FUENTES
Archivo General de la Nación, Indiferente Virreinal, c. 586, exp. 25, f. 25.
Archivo General de la Nación, Provincias Internas, vol. 196, f. 40v.
Tapia Méndez, Aureliano. Don Andre´s Ambrosio de Llanos y Valdés, Monterrey, Producciones al Voleo-El Troquel, 1996.
Tovar Esquivel, Enrique. “Juan Bautista Crouset. Maestro mayor de obras de Monterrey”, en Boleti´n de Monumentos Históricos, Me´xico, Tercera Época, Núm. 8, septiembre-diciembre de 2006.
Archivo General del Estado, Estadística caja 1
Archivo de Monterrey Actas de Cabildo 17 de enero de 1798, y 17 de enero de 1831.
Archivo General del Estado, caja 52 enero-marzo de 1849.
Archivo General de la Nación, Provincias Internas, vol 196. Esp 2 folios 60-64.